En pueblos pequeños temen ataques a la democracia en EEUU

HUDSON, Wisconsin, EE.UU. (AP) — En la cima de una colina del oeste de Wisconsin, dentro de una casa en una pequeña granja, hay un cojín que tiene cosida una palabra: “Esperanza”. Fotografías de hijos y nietos salpican las paredes. En la cocina, un sobre está decorado con un corazón dibujado a mano. “Feliz cumpleaños, mi amor”, se lee.

Frente a la casa, más allá de un par de álamos centenarios, los campos de maíz de los vecinos se pierden en la distancia.

John Kraft ama este lugar. Le encanta la tranquilidad y el espacio. Le fascina que puede conducir durante kilómetros sin tener que adelantar a otro auto.

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¿Pero y más allá de los campos de maíz, hacia los pequeños pueblos del oeste de Wisconsin que se están convirtiendo en suburbios de grandes urbes y hacia las ciudades que crecen cada vez más? Más allá, dice, hay un país que muchos estadounidenses no reconocerían.

Asegura que es un lugar oscuro, peligroso, donde la democracia está siendo atacada por un gobierno tiránico, donde sólo se puede confiar en algunas autoridades y donde es posible que algún día grupos de vecinos tendrán que unirse para protegerse unos a otros. Está convencido de que es un país donde las creencias más básicas —en la fe, la familia, la libertad— están amenazadas.

Y no se trata sólo de ideologías políticas.

“Ya no se trata de izquierda contra derecha, de demócratas contra republicanos”, agrega Kraft, diseñador de software y analista de datos. “Es simplemente el bien contra el mal”, asegura.


Él sabe cómo suena eso. Ha sentido el desprecio de la gente que lo ve como un fanático, un teórico de la conspiración.

Sin embargo, él es un héroe dentro de un creciente movimiento conservador de derecha que ha alcanzado notoriedad aquí, en el condado de St. Croix.

Hace apenas un par de años, este movimiento habría estado en los extremos del Partido Republicano, debido a sus charlas sobre el marxismo y lo que ven como medidas enérgicas del gobierno y planes secretos para destruir los valores familiares.

Pero ya no más. Hoy en día, a pesar de que las pasadas elecciones de medio mandato no trajeron las victorias republicanas arrolladoras que muchos habían pronosticado, ellos siguen siendo una piedra angular de la base electoral conservadora.

En todo Estados Unidos, las victorias fueron para los candidatos que creen en QAnon —la creencia infundada de que el presidente Donald Trump está librando una campaña sigilosa contra los enemigos en el llamado “Estado profundo” y contra una red de tráfico sexual de menores dirigida por pederastas y caníbales satánicos— y los que creen que la separación de la Iglesia y el Estado es una falacia.

En Wisconsin, fue reelegido un senador federal que ha incursionado en las teorías de la conspiración y en la pseudociencia, aplastando a su oponente en el condado de St. Croix.


Son agricultores y analistas de negocios. Son amas de casa, diseñadores gráficos y vendedores de seguros.

Viven en comunidades donde la delincuencia es casi inexistente y los Cub Scouts organizan eventos para recaudar fondos, con almuerzos de espagueti por 5 dólares en salones de la Legión Americana.

En medio de esa aparente tranquilidad, sienten otras cosas.

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A veces es ira. A veces tristeza. De vez en cuando es miedo.

Todo esto puede ser difícil de ver, escondido detrás de los cojines y las colinas suavemente onduladas. Pero pase algún tiempo en este rincón de Wisconsin. Tómese una copa o dos en los bares de los pueblos pequeños. Siéntese con los padres que animan a sus hijos en el rodeo del condado. Asista a los servicios religiosos de los domingos.

Trate de ver Estados Unidos a través de sus ojos.

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Hay un chiste que la gente suele contar por aquí: los demócratas toman la Salida 1 de la autopista I-94, pero los republicanos se siguen de frente: van al menos tres salidas más allá.

La primera salida de la autopista conduce a Hudson, una ciudad ribereña que en su día fue marginada y que se ha convertido en un lugar de casas del siglo XIX cuidadosamente cuidadas y turistas que deambulan por las boutiques de las calles principales. Con 14.000 habitantes, es la ciudad más grande del condado de St. Croix. También está repleta de demócratas.

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El chiste dice que los republicanos comienzan en la Salida 4, más allá de una zona neutral de crecimiento disperso: una tienda Target, una de Home Depot y una serie de restaurantes de cadena.

“Para algunas personas aquí, Hudson podría parecer (de sitios tan lejanos como) Dakota del Sur o California”, comenta Mark Carlson, que vive junto a la Salida 16, en una vieja cabaña de troncos ahora cubierta con un revestimiento azul claro. No va a Hudson a menudo. “No suelo reunirme con muchos centroizquierdistas”, explica.

Carlson es un hombre amigable que emana gentileza, le encanta cocinar, rara vez sale de casa sin una pistola y cree que sobre Estados Unidos se cierne el despotismo.

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“Hay un complot para llevarnos desde adentro hacia el socialismo, el marxismo, un tipo de gobierno comunista”, sostiene Carlson, un supervisor del condado de St. Croix que se jubiló recientemente después de 20 años de trabajar en un centro de detención juvenil y que ahora es un conductor de medio tiempo con Uber.

Asumió el cargo a principios de este año, cuando los insurgentes conservadores de derecha crearon un poderoso bloque de votantes locales, energizados con la furia contra los confinamientos por el COVID-19, los mandatos de vacunación obligatoria y los disturbios que sacudieron al país después de que George Floyd fuera asesinado por un policía blanco en Minneapolis, a apenas 45 minutos de distancia. La muerte de Floyd, un hombre negro, desató una ola de protestas en todo Estados Unidos contra la violencia policial y el racismo.

A principios de 2020, estos conservadores tomaron el control del Partido Republicano del condado, expulsaron a los líderes a los que acusaron de ser peones de un establishment arrodillado y ayudaron a colocar a más de una decena de personas en puestos electivos en todo el condado.

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En su mente, el gobierno de Estados Unidos orquestó los temores contra el COVID-19 para consolidar su poder, la oficina de rentas internas (IRS) está comprando grandes reservas de municiones y el expresidente Barack Obama puede ser la persona más poderosa del país.

Pero ellos no son personajes inventados. Ni siquiera Carlson, un hombre blanco, barbudo y con armas, que votó por el expresidente Donald Trump.

“Sólo soy una persona normal”, afirma, sentado en un sofá, junto a un ventanal con vistas al gran jardín que él y su mujer cuidan. “No se dan cuenta de que tenemos buenas intenciones”.

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Él es un hombre complicado. Aunque incluso admite que él podría ser etiquetado con precisión como un extremista de derecha, califica de “honestos” a los ciudadanos negros que se manifestaron pacíficamente en las calles después del asesinato de Floyd. Carlson duda que haya habido fraude en las pasadas elecciones intermedias. Conduce un Tesla. Le encanta el grupo AC/DC y hace su propio yogur orgánico. En una zona donde el islam a veces es visto con abierta hostilidad, él es un cristiano conservador que dice que apoyaría a la pequeña comunidad musulmana del área si quisieran abrir una mezquita aquí.

“¡Construyan su mezquita, por supuesto! ¡Ese es el modo estadounidense!”.

Él cree, profundamente, que Estados Unidos no debe estar amargamente dividido.

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“El liberalismo y el conservadurismo no están tan alejados. Puedes ser proestadounidense y proconstitucional. Sólo quieren programas gubernamentales más grandes. Yo quiero menos”.

“Podemos trabajar juntos”, afirma. “No tenemos que odiarnos unos a otros”.

Una y otra vez él y los otros conservadores de derecha del condado insisten en que no quieren violencia.

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Pero a menudo parece que la violencia se avecina mientras hablan, dando imágenes borrosas de presuntos matones del gobierno o alborotadores de Antifa —un movimiento izquierdista, antifascista y antirracista en Estados Unidos— o funcionarios de salud que arrebatan niños a sus padres.

Las armas son una gran parte de su autoproclamado movimiento “patriota”. La Segunda Enmienda — que garantiza el derecho de los ciudadanos estadounidenses a poseer y portar armas, entre ellas las de fuego— y la creencia de que los estadounidenses tienen derecho a derrocar gobiernos tiránicos son sus principios fundamentales.

“No me gustan tanto las armas”, expresa Carlson, cuyas armas incluyen pistolas, una escopeta, un rifle AR-15, 10 cargadores llenos y unos 1.000 proyectiles adicionales. “Para mucha gente eso es sólo un comienzo”.

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Esa mezcla de armamento y postura política preocupa a mucha gente fuera de sus círculos.

A los votantes liberales, junto con muchos republicanos del establishment, les preocupa que ahora en Estados Unidos se pueda ver ocasionalmente a hombres con ropa tipo militar en sitios públicos. Les preocupa que algunas personas tengan ahora demasiado miedo de ser voluntarios de campaña. Temen que muchos residentes piensen dos veces antes de usar camisetas con lemas demócratas en público, incluso en Hudson.

Paul Hambleton, que vive en Hudson y trabaja con el Partido Demócrata en el condado, encontró cierto alivio en los resultados de las elecciones de medio mandato, que incluso algunos republicanos dicen que podrían indicar cierto repudio a Trump y sus partidarios más radicales.

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“No siento la amenaza como la sentía antes” de la votación, admite Hambleton. “Creo que esta elección demostró que las personas pueden ser valientes, que pueden arriesgarse”.

Él pasó años enseñando en un pequeño pueblo del condado de St. Croix, donde la población ha crecido de 43.000 en 1980 a alrededor de 95.000 en la actualidad. Observó a lo largo de los años cómo cambiaba el cuerpo estudiantil. Los hijos de los granjeros dieron paso a los hijos de personas que trabajan en las Ciudades Gemelas (el área metropolitana de Minneapolis-Saint Paul). Las minorías raciales se convirtieron en una presencia pequeña, pero creciente.

Él dijo entender por qué los cambios pueden poner nerviosas a algunas personas.

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“Hay una forma de vida rural aquí que la gente siente que está siendo amenazada, la vida de pueblo pequeño”, agrega.

Pero él también es un cazador que vio lo difícil que es comprar municiones después de las protestas de 2020, cuando las ventas de armas de fuego se dispararon en todo Estados Unidos. Durante casi dos años, los estantes estuvieron casi vacíos.

“Lo encontré amenazante”, afirma Hambleton. “Porque de ninguna manera los cazadores de ciervos compran tanta munición”.

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Cuando los recién empoderados conservadores se reúnen, a menudo es en un bar irlandés en un centro comercial junto a la autopista. Al lado está la pequeña oficina del Partido Republicano del condado, donde uno puede obtener letreros republicanos para clavar en el patio y tazas de 15 dólares que proclaman “La normalidad no está regresando, pero Jesús sí”.

El bar Paddy Ryan’s es lo más parecido que tienen a una casa club. Una tarde a fines del verano, Matt Rust estaba allí hablando sobre los medios de comunicación.

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“Creo que son un brazo de una campaña global mucho mayor por parte de personas muy ricas y poderosas para controlar la mayor parte del mundo posible”, sostiene Rust, un diseñador y desarrollador de productos que además puede citar de memoria grandes extractos de la Constitución de Estados Unidos. “Y no creo que eso sea nada nuevo. Siempre ha sido así”, desde los antiguos gobernantes persas hasta Adolf Hitler, añade.

”¿Es eso una conspiración o es sólo la naturaleza humana?”, pregunta. “Yo creo que es sólo la naturaleza humana”.

Hoy en día, las encuestas indican que más del 60% de los republicanos no creen que el presidente Joe Biden haya sido elegido legítimamente. Alrededor de un tercio se niega a recibir la vacuna contra el COVID-19.

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La representante Marjorie Taylor Greene, republicana por Georgia y conocida por sus denuncias de presunta conspiración y su retórica violenta, es una estrella política. Trump ha abrazado a QAnon y su universo de teorías de la conspiración. En Wisconsin, el senador Ron Johnson, un feroz negacionista electoral de los comicios de 2020 que ha sugerido que los peligros de la pandemia son exagerados, ganó su tercer mandato el 8 de noviembre.

Esto parece imposible para muchos estadounidenses. ¿Cómo puede descartar la avalancha de evidencia de que el fraude electoral fue prácticamente inexistente en 2020? ¿Cómo ignorar a miles de científicos que insisten en que las vacunas son seguras? ¿Cómo es que creen en QAnon, una teoría nacida de publicaciones anónimas en internet?

Sin embargo, las noticias en este mundo no provienen de The Associated Press o de CNN. Rara vez provienen incluso de los principales medios conservadores, como Fox News.

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¿De dónde vienen?

“De internet”, responde Scott Miller, un analista de ventas de 40 años y un destacado activista local por los derechos de posesión de armas de fuego. “Ahí es donde todos reciben sus noticias en estos días”.

Muy a menudo, eso significa podcasts y videos de derecha que rebotan de un lago al otro en las redes sociales o en la app de mensajes encriptados Telegram.

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Es un microcosmos mediático con vocabulario propio —Evento 201, el Régimen, el “democidio”, la Economía Paralela— que invita a las miradas de soslayo de los forasteros.

Si bien muchos informes son poco más que recitaciones molestas de temas de conversación de la derecha, algunos son complicados y parecen creíbles.

Por ejemplo, “Selection Code” (“Código de selección”), un ataque de una hora de duración sobre las elecciones de 2020 respaldado por Mike Lindell, el CEO de MyPillow y aliado de Trump. Tiene el aspecto de un programa de “60 Minutes”, cuenta una historia compleja y utiliza fuentes inesperadas para presentar algunos de sus temas principales.

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Como Hillary Clinton.

“Mientras observamos nuestro sistema electoral, creo que es justo decir que hay muchas preguntas legítimas sobre su precisión, sobre su integridad”, se muestra diciendo a la entonces senadora Clinton en un discurso en el Senado de 2005, cuestionando la reelección del expresidente George W. Bush.

Miller se ríe.

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“Le daré crédito a los demócratas. Al menos tuvieron el coraje de ponerse de pie y señalarlo”.

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Los campos de maíz llegan hasta la iglesia rural, en lo profundo del condado rural de St. Croix y justo al final de la calle. La ciudad más cercana, Wilson, tiene poco más de media decena de calles, una oficina de correos y el negocio Wingin’ It Bar and Grill.

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Desde el púlpito de la iglesia Calvary Assembly of God, el pastor Rick Mannon predica un cristianismo que resuena profundamente entre los conservadores insurgentes, con líneas estrictas del bien y el mal y poca vacilación para sumergirse en cuestiones culturales y políticas. El pastor rechazó enérgicamente las restricciones para hacer frente a la pandemia.

El sitio parece un puesto de avanzada en las guerras culturales que desgarran a Estados Unidos y un refugio para las personas que se sienten apartadas por una nación cambiante.

“Si los cristianos no se involucran en la política, entonces no deberíamos opinar”, afirma Mannon en una entrevista. “No podemos simplemente dejar que gane el mal”.

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La religión, que alguna vez fue uno de los lazos sociales más estrechos de Estados Unidos, ha cambiado drásticamente en las últimas décadas, y el número total de personas que se identifican como cristianas se desplomó desde principios de la década de 1970, incluso cuando aumentó el número de miembros en denominaciones cristianas conservadoras.

Desde iglesias como Calvary Assembly, han visto cómo se ha legalizado el matrimonio homosexual, cómo los derechos de las personas trans se convertían en un asunto nacional, cómo el cristianismo —al menos a sus ojos— era atacado por liberales proclamados.

Es difícil exagerar la cantidad de cambios culturales que han dado forma al ala derecha del conservadurismo estadounidense.

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Las creencias sobre la familia y la sexualidad que eran comunes cuando Kraft crecía en un suburbio de Milwaukee a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, jugando con la electrónica junto a su padre, ahora pueden marcar a personas como él como parias para el resto del mundo.

“Si dices algo negativo sobre las personas trans, o si dices ‘Lo siento por ti. Este es un diagnóstico clínico’… Bueno, te tildan de fanático”, dice Kraft, de 58 años, miembro de la congregación de Mannon. “Las personas con valores familiares normales y corrientes (ir al templo, creer en Dios) de repente son algo por lo que deberían ser condenadas al ostracismo”.

Sin embargo, en el mundo de hoy, palabras como “normal” ya no significan lo que significaron.

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Eso enfurece a Kraft, quien impulsó al Partido Republicano del condado de St. Croix como su líder, pero renunció el año pasado después de que una cita en el sitio web del partido, que decía “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, desató una tormenta pública. Se mudó a un condado vecino a principios de este año.

Él señala las acusaciones dirigidas a personas como él: sexista, homofóbico, racista.

Pero esa charla, añade, ha perdido su poder.

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“Ahora es sólo ruido. Ha perdido todo su significado”.

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Los planes, si es que se mencionan, se hablan en voz baja, pero siéntese en suficientes bares de pueblos pequeños y maneje suficientes caminos de tierra. Entonces escuchará ocasionalmente a la gente hablar sobre lo que pretenden hacer si las cosas se ponen realmente mal para Estados Unidos.

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Están los paneles solares por si falla la red eléctrica. Hay gasolina guardada para los automóviles y diésel para los generadores. Hay estanterías de alimentos no perecederos, a veces suficientes para meses.

También están las armas, aunque eso casi nunca se discute con los forasteros.

“Ya tengo suficiente”, expresa un hombre, sentado en una cafetería de Hudson.

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“Preferiría no hablar de eso con un reportero”, dice Kraft.

Los temores aquí son principalmente sobre la delincuencia y los disturbios civiles. La gente todavía habla de las protestas de 2020 contra la violencia policial y el racismo, cuando dicen que podías pararte en Hudson y ver el brillo distante de los incendios en Minneapolis. Eso asustó a mucha gente y no sólo a los republicanos conservadores.

Pero hay otros miedos también: la represión del gobierno, el posible decomiso de armas de fuego, la posibilidad de que la gente tenga que tomar las armas contra su propio gobierno.

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Esas perspectivas parecen lejanas, turbias, incluso para los autoproclamados patriotas. Las posibilidades más espantosas se hablan sólo teóricamente.

Aun así, se habla de ellas.

“Rezo para que el derrocamiento siempre sea en las urnas”, afirma Carlson, quien parece realmente dolido ante la idea de la violencia.

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“No queremos usar armas”, continúa. “Eso sería simplemente horrible”.

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