El 18 de junio una tripulación conformada por cinco personas se sumergía por última vez en el Atlántico Norte con la intención de llegar a los restos de Titanic y vivir la experiencia de adentrarse en un paisaje marino y mirarlo desde una perspectiva que no es cotidiana, además, de trasladarse desde un transporte inusual. Tres días más tarde, se informaría que el sumergible Titán, propiedad de la compañía Oceangate y en el cual viajaban, sufrió una implosión y con ello, se perdió la esperanza de volver a ver a los cinco tripulantes.
Durante esos días de incertidumbre y espera, surgieron debates. La expedición se calificó como frívola y se juzgó la inconsciencia de emprender un viaje riesgoso hacia los vestigios del naufragio del Titanic. No obstante, citando a Stockton Rush, CEO de Oceangate y uno de los tripulantes del fatídico trayecto: “si sólo quieres estar a salvo, no salgas de tu cama”. Sin esa temeridad, no se emprenderían viajes que, más allá de saciar su propia curiosidad y satisfacción personal, su relevancia se sitúa en un nivel colectivo: el conocimiento humano.
“Esto nos ha llevado hasta donde estamos, en tratar de estirar los límites hasta donde podemos llegar. Eso es parte de la curiosidad humana, no hay manera de detenerlo y limitarla, es también de detener nuestra propia naturaleza”, explicó Francisco Ponce Nuñez, técnico académico del área de experimentación oceanográfica en el Instituto de Ciencias del Mar y Luminología de la UNAM.
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A partir de estos descubrimientos desafortunados es que también se crean cimientos científicos y el desarrollo de tecnología, así como de técnicas que permiten viajar aún más lejos o adentrarse a un nivel más profundo. Incluso de la tragedia del Titanic surgieron nuevas medidas que evitaron una catástrofe similar. “Se mejoraron todas las medidas para que no existiera un accidente como esos: más botes, mejores sistemas, que los cascos fueran reforzados; optimizamos la exploración marina”, así lo indicó el doctor Fernando de la Peña Llaca, presidente y CEO de la empresa AEXA, compañía en Estados Unidos que provee servicios a la NASA.
Durante el naufragio del Titanic, las naves que se encontraban cerca del transatlántico no respondieron el llamado de auxilio. Tras el accidente, se realizaron investigaciones para saber qué ocurrió y por qué no hubo respuesta. A partir de esto, las agencias de gobierno de Estados Unidos y Reino Unido implementaron planes de respuesta de emergencia; en los que se capacita a la tripulación de las embarcaciones para saber cómo responder; esto según información del sitio web Industrial Distribution.
Tom Siegfried, periodista científico, señala en el portal Science News, que un experimento fallido puede inspirar a que otros corrijan el error, además de que identifiquen verdades que no consideraron. De la Peña Llaca explicó que en el caso de Titán, no existía un antecedente de este sumergible, sin embargo, “los accidentes trágicos siempre traen cosas nuevas”.
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No obstante, a veces los errores pueden ser la consecuencia de previas negligencias. En días pasados, David Lochridge, ex empleado de Oceangate, indicó que había hecho algunas alertas sobre el sumergible, mismas que le costaron el empleo. Entre las observaciones que hizo fueron que casi no se realizaron pruebas no tripuladas de la nave y el sistema de alarma sonaba milisegundos antes de una implosión.
Este tipo de errores no son recientes, y fueron más evidentes durante la carrera espacial de la década de 1960.
Los viajeros antes de Neil Armstrong
Antes de que Neil Armstrong, en 1969, dejara su huella impresa en la superficie lunar se hicieron viajes previos, impulsados tanto por Estados Unidos como Rusia. En 1947 en una misión espacial, Estados Unidos envío moscas de la fruta en una misión suborbital. Además, la Unión Soviética envío diversos animales al espacio: monos, ratones y perros.
Antes de Laika, dos perras fueron pioneras en estos viajes: Dezik y Tsygan. En 1951 fueron lanzadas en una cápsula presurizada, alcanzaron una altitud de 110 kilómetros y regresaron a Tierra en un paracaídas. Si bien no llegaron más lejos que Laika, sí lograron viajar al lugar en donde se producen las auroras boreales.
En 1957, Laika fue el primer ser vivo en realizar un viaje en la órbita espacial, alrededor de la Tierra; murió debido a la falta de oxígeno y a la carencia de alimentos. Junto con ella fueron entrenadas otras dos cachorras: Albina y Mushka; pero Laika fue elegida por su carácter tranquilo y por sus reacciones bajo presión.
Diez años más tarde, en 1967, los astronautas del Apolo 1, Gus Grissom, Ed White, y Roger Chaffe, fallecerían en un incendio durante un lanzamiento de simulación. Ante los fatídicos errores de la carrera espacial, se mejoraron las condiciones en las cabinas y técnicas de viaje.