Contrario a la creencia popular en México, el Día de Muertos no tiene un origen prehispánico, ni es el resultado de un sincretismo entre tradiciones indígenas y europeas. A pesar de los elementos distintivos de la celebración, como los altares coloridos, el papel picado, el pan de muerto, las ofrendas y los dulces de calavera, evocan el mundo prehispánico. Sin embargo, muchos de estos componentes tienen sus raíces en festividades europeas.
Según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en el texto “El Origen del Día de Muertos”, las festividades que se celebran el 1 y 2 de noviembre se originaron en Europa durante la Edad Media.
Los fieles difuntos
El Día de Todos los Santos fue instituido el día 13 de mayo por el Papa Bonifiacio IV en el año 609, para honrar a los protectores de la iglesia, con el objetivo de contrarrestar el paganismo, consagrando el antiguo templo del Panteón romano como la Iglesia de Santa María de los Mártires.
El Papa Gregorio IV cambio el día al 1 de noviembre, pero lo hizo coincidir con la festividad celta del Samhain. Desde el punto de vistas cristiano, esta festividad era pagana, por lo que los ritos arcaicos que se celebraba en esta fecha fueron cristianizados al instaurarse el día de Todos Losa Santos.
El 2 de noviembre se celebra el Día de los Fieles Difuntos, dedicado a aquellos que “reposan en Cristo” pero no alcanzaron la vida beatífica debido a penitencias no cumplidas o apego a la vida material. Esta festividad fue instaurada en el año 998 por San Odilón, abad del monasterio de Cluny, quien solicitó que se celebrara el día siguiente a Todos Santos.
En el siglo XVIII, los sacerdotes dominicos españoles establecieron la tradición de celebrar tres misas el 2 de noviembre, y posteriormente, los papas Benedicto XIV y Benedicto XV extendieron este privilegio a los sacerdotes en España, Portugal y América Latina.
Día de Muertos llega a México
Las festividades del 1 y 2 de noviembre llegaron a México en el siglo XVI, poco después de la conquista española, siendo celebradas en las primeras iglesias fundadas por los franciscanos en Texcoco, Tlaxcala y la Ciudad de México. La celebración de los Fieles Difuntos se impuso en comunidades indígenas, quienes, a través de las crónicas de los religiosos cristianos, fueron testigos de la respuesta a esta imposición.
En el siglo XVIII, los habitantes de la Ciudad de México acudían a la Catedral para ver las reliquias de santos, y el Día de Todos los Santos era también una fecha para limpiar y adornar los sepulcros de los difuntos. Las familias acudían a los cementerios con velas, flores y otros adornos, mostrando su cariño hacia sus seres queridos fallecidos.
Es crucial entender que el culto católico de Todos Santos y Fieles Difuntos ha permanecido sin cambios a lo largo del tiempo, mientras que las festividades alrededor de estas fechas han sido adaptadas a las costumbres y creencias medievales traídas a la Nueva España en el siglo XVI.
Víctor Santos Ramírez, en su texto “El origen del Día de Muertos”, expone que la narrativa popular sobre esta celebración está basada en una serie de malentendidos históricos y culturales.
Se considera el Día de Muertos como una celebración de origen prehispánico “es una falsedad perpetuada por intelectuales, historiadores y políticos, y ahora se ha convertido en un producto turístico. Esta simplificación ignora el carácter religioso de la festividad y su verdadera historia, creando una celebración sincrética que desvirtúa su significado cultural y espiritual”.