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El futuro orden global con Donald Trump, el nuevo "sheriff"

Günther Maihold analiza en su columna la impronta que deja el estilo de Trump en Latinoamérica y en el mundo.Las provocaciones y confrontaciones que han caracterizado las primeras semanas de la segunda administración Trump afectaron primero a los países latinoamericanos.

Ahora, las consecuencias de este estilo de imponer sus intereses ya se están sintiendo en Europa y otras partes del mundo, no solo a través de las tarifas que se decretan, sino también mediante el patrón ideológico que el gobernante de Washington trata de imponer al mundo entero.

Las bases de la "strongmen politics"

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"Hay un nuevo sheriff en la ciudad" fue una de las frases que marcaron el discurso del vicepresidente J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich el fin de semana pasado.

Aparte de que esta metáfora suena un poco rara en el contexto de la historia europea del desarrollo del Estado de derecho, refleja el escaso entendimiento de la complejidad de las relaciones internacionales en la nueva administración en Washington.

Todo se reduce a lo que se ha discutido bajo el concepto de "strongman politics", una práctica que también ha encontrado mucho resonancia en los países latinoamericanos, caracterizados por una amplia tradición de personalismos.

Lo que el presidente de EE. UU. y alguaciles adjuntos tratan de presentar es el regreso a décadas pasadas, en las que el orden mundial podía ser fácilmente controlado por un grupo reducido de personas que tenían el control de armas de destrucción masiva. Ahora esta narrativa parece haber vuelto, no solo a Occidente, sino a más amplias partes del mundo, basándose en una ideología populista y/o autocrática.


En contrapartida, la experiencia democrática, con sus procesos más lentos y complicados, pero especialmente limitados por instituciones de controles y contrapesos, no encuentra mucho eco entre los electores, que piden respuestas inmediatas y contundentes a los problemas existentes, ya sean la situación económica, la delincuencia o la misma migración.

Quien parece más oportuno para dar esta respuesta es el hombre fuerte, quien, como el presidente de EE. UU., genera la ilusión de que, con la firma de algunos decretos, ya se ha logrado cambiar la realidad.

En América Latina hay experiencias parecidas que han generado un discurso de "mano dura" para resolver problemas con medidas extraordinarias que se justifican con instrumentos drásticos e ilimitados en su aplicación. Pero lo que parece efectivo a primera vista a nivel local o nacional, no tiene necesariamente los efectos deseados a nivel regional o global.

Sin embargo, los mismos "strongmen", independientemente de su color ideológico, siguen generando la expectativa de que la simple voluntad de un gobernante es suficiente para lograr cambiar las cosas. Mientras los ciudadanos crean que los hombres fuertes son capaces de presentar atajos creíbles hacia una mayor seguridad y orgullo nacional, no hay que excluir que las mayores amenazas están todavía por llegar con descalabros de las democracias existentes.

Una guerra cultural o política internacional

Este patrón de "strongman politics" es, en muchos sentidos y múltiples aspectos, un entorno hostil para la UE, no solo en cuanto a su presencia global, sino también con respecto a su tradicional alianza transatlántica, que ahora se percibe no solo más turbulenta, sino también más débil en lo que a la confianza mutua se refiere.


Lo que más desorienta es la sustitución de la búsqueda continua de consensos a nivel internacional por una "guerra cultural", cuyos protagonistas no solo se encuentran en el campo político republicano de EE. UU., sino también en la presencia ideológica de Javier Milei y muchos otros protagonistas de este estilo en la misma tierra europea.

Más bien se evidencian amenazas a los miembros del BRICS y otras instancias que podrían facilitar la presencia del Sur Global a nivel internacional, lo que podría provocar una nueva marginación en los tiempos venideros. No solo los amagos de Trump a Colombia y a la República de África del Sur (que ostenta actualmente la presidencia del G20) son prueba de que las reglas internacionales del derecho internacional ya no interesan y pueden ser sustituidas por la fuerza de voluntad de una parte contra las demás.

Los tiempos benignos en los que prosperaron las reglas y regímenes internacionales de los últimos 30 años ya pasaron. Ahora toca, al parecer, reencontrarse con la "lucha de brazos" para lograr hacer valer los intereses propios y unas reglas sensatas para el orden global. (ms)

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