El 5 de abril de 1933 en una casona ubicada en la calle Aramberri, casi esquina con Diego de Montemayor, en el Centro de Monterrey, se cometió un crimen que estremeció a la comunidad regia: dos mujeres, madre e hija fueron asesinadas con saña.
Antonia Lozano, de 54 años y Florinda, de 19, fueron encontradas por Delfino Montemayor, esposo y padre. El hallazgo se produjo horas después de los asesinatos cuando el hombre volvía de trabajar en Fundidora.
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Cuando la policía intervino no encontró señales de que las puertas hubieran sido forzadas por lo que se presumía que madre e hija conocían al o los asesinos y les permitieron ingresar.
El robo fue el primer móvil porque había objetos faltantes dentro de la casa.
“¡No me mates, Gabriel!”
Aunque en un principio no había pistas concretas la leyenda urbana señala que fue el loro, perteneciente a la familia, el que reveló la identidad del asesino.
De acuerdo a versiones, el ave gritaba frenéticamente, imitando las voces de las mujeres asesinadas: “¡No me mates, Gabriel… no me mates!”.
Gabriel Villarreal era el nombre de un sobrino que, presuntamente motivado por la ambición, decidió asesinar a sus familiares y robar una supuesta fortuna en efectivo, que tenían guardada en la casa.
Otras versiones señalan que fue, gracias al trabajo policiaco, como se pudo dar con el paradero de los criminales, ya que se supo hubo más involucrados.
Tras un juicio mediático se les condenó a cadena perpetua, pero no cumplieron la sentencia.
La prensa de la época señaló que, por la presión social, se les aplicó la llamada “ley fuga”: Durante un traslado fueron liberados en un área del municipio de Zuazua, pero las autoridades les dieron muerte.
De la realidad a la novela… y a lo paranormal
En 1994, el escritor Hugo Valdés presentó su novela “El crimen de la casa de Aramberri”, que de acuerdo a la crítica es un viaje profundo y oscuro al espantoso crimen de dos mujeres.
“La estructura de esta novela no busca precipitarse inmediatamente en el meollo del doble homicidio, pues una u otra línea narrativa asediará ese punto, a fin de poder revelarlo con su inevitable horror”, señala la crítica.
Antes de la publicación de la novela la casa de Aramberri permanecía como un testigo mudo de un episodio terrible en la historia de Monterrey.
Sin embargo, a partir de ese momento, se reavivó el furor y el inmueble se convirtió en una especie de atractivo turístico del terror. No faltaban los valientes que lograban ingresar al interior de la vivienda, ya en ruinas, para tener una experiencia de miedo.
Diversos programas de televisión, nacionales y extranjeros, llegaron hasta la casa atraídos por las versiones de actividad paranormal: psicofonías, apariciones y la presencia de espectros fueron reveladas.
Pero el paso del tiempo, la falta de mantenimiento y el vandalismo provocaron que la edificación empezara a convertirse en un lugar inseguro, con propensión a derrumbarse por lo que se procedió a clausurar sus entradas.
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La versión de que el inmueble fue adquirido por una empresa de comida rápida para instalar un restaurante circuló hace casi tres años, pero hasta el momento, lo que queda de la casa se mantiene en pie como un monumento al terror, al crimen y a la curiosidad… como parte de una historia sangrienta del Monterrey del pasado.