Bajo los ardientes rayos del sol y una temperatura de 38 grados a la sombra, de un verano que parece no tener fin, Yoraima y sus tres hijos buscan un poco de fresco debajo de un puente en Monterrey, ella los abanica con un pedazo de cartón mientras los chicos de 3, 4 y 6 años juegan, ignorantes de que está en otra tierra que no es la suya.
Daniel, el esposo y padre de familia, está buscando dinero en los alrededores para comprar “un pollito” y comer. Es una familia de migrantes venezolanos que hace 15 días llegaron a Monterrey y duermen en el estacionamiento de un centro comercial cercano a la Central de autobuses.
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“No hay otro lugar”, dijo Yoraima, agobiada por el calor. Pregunta: “¿Tendrás una moneda para comprar agua?”.
Desde hace casi dos meses el estacionamiento de este súper mercado funge, por las noches, como dormitorio de unos 60 migrantes de Venezuela, Honduras y El Salvador.
No tienen a dónde más ir porque dicen que no los pudieron recibir en los albergues porque hay sobrecupo.
“Es peligroso estar aquí, por los niños. Tienes que estar vigilando que no salgan a la avenida (Colón) y los atropellen y por las noches hay que estar vigilando que las ratas no los vayan a morder”, explicó Yoraima después de darles agua a los niños y luego dar un sorbo largo a una botella que acaba de comprar.
Llega Daniel, su marido, quien reconoció que nunca esperó que esta travesía para llegar a Estados Unidos llegar a ser tan difícil.
Pudo conseguir dinero limpiando cristales de los autos que pasaban por la Avenida Bernardo Reyes. Logró recolectar casi 200 pesos, trabajando desde la mañana y poco después de las 14:00 horas entró al súper mercado, compró un pollo rostizado y un refresco de 2.5 litros.
“A lo mejor es lo único que vamos a comer hasta mañana. Está dura la situación para nosotros los migrantes, especialmente si viajas con niños, pero ni modo de dejarlos atrás”, explica el hombre de 31 años
Hace tres semanas salieron de Cojedes, Venezuela. Cruzaron Lara, Falcón y Zulia para llegar a Panamá. Como pudieron cruzaron Centroamérica y gracias a que traían dinero y pasaportes pudieron abordar un autobús en Chiapas y se dirigieron a Veracruz, después a Tamaulipas, pero al llegar a Nuevo León se les acabaron los recursos.
“Estamos atorados, queremos llegar a Texas, cuando menos, pero no tenemos la manera. A lo mejor nos quedamos por acá; nos gusta Monterrey, pero sin trabajo, sin casa es complicado...”, señaló Daniel.
Jeancarlo, también venezolano, está solo en la ciudad, pero en el estacionamiento a donde llegó a finales de mayo, encontró una familia.
“Pues aquí nos ayudamos, nos apoyamos, compartimos lo poco que tenemos. Lo malo es enfermarte porque no hay dinero para el doctor ni las medicinas”.
Jeancarlo buscó lugar en un albergue, pero no encontró porque estaba completamente lleno.
“Dormir en otro lado es peligroso, aquí nos cuidamos. No molestamos a nadie”, añadió el hombre de 40 años quien, si la suerte le hubiera sonreído, sin duda pudo haber sido modelo. Es alto (aproximadamente 1.90 metros), ojos verdes y cuerpo delgado, pero musculoso.
Iarenis Montalvo, de 33 años, espera que su hermana y su cuñado le manden dinero para poder seguir su viaje a Nashville.
Tiene 10 días durmiendo en el estacionamiento donde conoció a Melba, a sus tres niños y a su marido, Enrique.
“Le ayudo a Melba a cuidar a sus hijos; ella y su esposo se van a limpiar autos y me comparten de lo que compran para comer... dormimos por allá”, señala una parte alejada a la entrada del centro comercial.
¿En qué duermen?
“Los niños y nosotras adentro de una tienda de campaña que el esposo de Melba hace todas las noches con colchas y plásticos. El duerme afuera, cuidando...”.
Durante el día los migrantes la pasan en los alrededores, tratando de mitigar el calor.
“Después de mediodía”, dice Iarenis, “nos acercamos a la entrada (de la tienda), sale el aire frío”.
Los que aún traen dinero se refrescan tomando “chicha”, una bebida venezolana que es una especie de arroz con leche, pero menos espeso, con bastante hielo, leche condesada y canela.
Dos chicas venezolanas subsisten de la venta de este producto. Coinciden en que llegaron a Monterrey hace mes y medio y que sus paisanos son sus principales clientes.
“La gente de aquí no sabe qué es la chicha... está muy buena... ¿quieres probar?”, cuestiona una de ellas.
La otra la apura porque dice que ya se hace tarde y no quiere andar por esas calles en la oscuridad. Ellas son de las pocas afortunadas que lograron tener dinero para rentar un cuarto a unas cuadras de ahí.
Damián ya está pensando en irse a otro lado o, de plano, dormir afuera de un albergue porque dijo que es más seguro.
“Varios compañeros están desaparecidos... a veces, por las noches vienen camionetas y se los llevan... no sabemos a dónde... sobre todo a los más jóvenes... los suben al vehículo y ya nos vuelves a ver”, reveló.
El joven, de unos 25 años, empezará a trabajar el próximo lunes, limpiando pisos en un negocio cercano.
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“Con suerte juntaré dinero y podré rentar un cuarto... esto de dormir en la calle no es bueno, no es para el ser humano”, expresó Damián.