La serie de televisión El juego del calamar, exclusiva de Netflix, ocupa ya el primer lugar como el mejor estreno de la historia de la plataforma, al sumar 111 millones de espectadores en sus primeros 28 días de emisión, pese a que no tuvo una gran promoción internacional, lo cual quiere decir que el éxito se dio de manera espontánea, mediante recomendaciones por redes sociales y comentarios de boca en boca. La serie puso a Corea del Sur en el mapa de la producción televisiva, con una calidad de producción de primer orden, aunque con notables defectos de actuación. Hoy, en su primera temporada, El juego del calamar es ya un fenómeno mundial de impacto en las masas de televidentes al superar otras producciones exitosas incluso de mejor manufactura, como Bridgerton, que tenía el récord con 82 millones de espectadores, The Queen’s Gambit, Stranger Things, Tiger King o La Casa de Papel.Seguramente la televisión surcoreana tiene producciones de calidad en sus canales, pero hasta ahora no había presentado una serie con una temática que, aunque violenta e inspirada en su cultura local, haya atrapado el interés de la audiencia internacional como ésta.
Al abordar situaciones de pobreza, desigualdad social, desesperación, ambición y honor, entre otras, pasadas por el tamiz de lo lúdico, con una crueldad demasiado normalizada, logra una identificación humana difícil de alcanzar, pero fácil de entender, porque al final de cuentas hablamos de pasiones y debilidades humanas.Circulan en internet interesantes análisis sobre la serie, su origen y lo que representa desde ópticas filosóficas, económicas, psicológicas, etcétera; pero yo quiero llamar la atención sobre el riesgo latente de que jóvenes de muy distintas nacionalidades, atrapados por la teleserie y su carga de violencia y muertes sangrientas, intenten imitar o darle una vuelta de tuerca adicional a los retos y empezar a jugar con pruebas que pongan en riesgo su integridad física o su vida misma.Y en estos casos no podemos apelar a la vigilancia de los padres porque el control parental es fácilmente burlado en una plataforma como Netflix y es altamente probable que de los millones de seguidores de la serie, un considerable porcentaje sea de adolescentes imberbes dados a copiar modas y estereotipos que ven en la televisión y en las redes sociales o habituados a los juegos en video donde la destrucción y la violencia también son constantes.
Si bien la mayoría de los juegos infantiles clásicos están planteados en la idea de vencer o perder; o hasta de vencer o morir, generalmente se trata de simbolismos inocuos. Porque no es lo mismo perder a las canicas con un “chiras, pelas”, que con un “si te mueves, te mueres”, como pasa en la teleserie surcoreana. En “Las estatuas de marfil” el que se mueve baila el twist; y si te caes del “burro entamalado”, te fletas. El problema no está en los juegos infantiles, sino en la perversión que se puede hacer de ellos; en confundir la ficción con la realidad; en hacer de la ludopatía una posibilidad de realización, cuando la experiencia pone en evidencia que no hay apostadores ricos, y sí empobrecidos.El juego del calamar es una serie que hay que ver sin apasionamientos y con una actitud analítica, para no irse con la finta y ver como normal o aceptable la violencia, el crimen o el aprovechamiento de las necesidades humanas para divertir a perversos enriquecidos y enloquecidos, como si estuviéramos en el antiguo circo romano. En todo caso, son varias las enseñanzas que podemos aprender de la experiencia de los personajes. La solidaridad, una de ellas.