En América viven unos mil millones de habitantes, dos tercios de los cuales residen en Estados Unidos, Brasil y México. Somos un continente desigual, con retos enormes de desarrollo que se profundizaron por la pandemia de estos últimos años. Aquí se encuentran el país más rico del mundo —Estados Unidos— y uno de los más pobres —Haití—.
La semana pasada se llevó a cabo la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, California, que convocó a la mayoría de las naciones del continente, para discutir sobre los grandes problemas que nos aquejan y promover posibles vías para avanzar en el camino de su difícil solución.
La primera de estas cumbres se llevó a cabo en Miami, Florida, en diciembre de 1994, y se enfocó en el libre comercio. Fue el primer encuentro de los países del hemisferio desde 1967, cuando Uruguay recibió a la mayoría de sus líderes. En 1994 los países acordaron iniciar el establecimiento del Área de Libre Comercio de las Américas.
Casi treinta años después, la integración comercial sigue siendo un tema prioritario, además de la recuperación económica, la desigualdad, el combate al cambio climático, la necesidad de fortalecer las instituciones democráticas y el Estado de derecho, así como conducir a una movilidad segura y ordenada de las personas.
En esta edición de la Cumbre se adoptaron diferentes compromisos. En su mensaje inaugural, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, promovió la constitución de una asociación económica para el hemisferio occidental, centrada en promover la recuperación a partir de los acuerdos comerciales existentes.
También se dio a conocer un plan de acción sanitario y de resiliencia para enfrentar de manera conjunta una probable próxima pandemia, incluyendo la capacitación de personal del sector salud.
En términos de medio ambiente se firmaron varios acuerdos que tienen que ver con la protección de los océanos y las energías renovables. Asimismo, se anunciaron apoyos para recuperar la Amazonia, acciones para promover una economía limpia y una mayor movilización de finanzas climáticas. Finalmente, en relación con la transformación digital, las y los líderes se comprometieron en una agenda regional.
Sin duda el tema central, por la importancia que tiene para la comunidad americana, fue la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección, que busca constituir un enfoque integral para atender la crisis mediante apoyos financieros y acciones para asegurar la movilidad segura y ordenada de personas.
En este sentido, se establecieron compromisos en financiamiento para los países de acogida y tránsito, y se definieron varias vías de protección legal en las naciones más desarrolladas del continente o que reciben más migrantes. También se reconoció la necesidad de contar con una gestión de fronteras que facilite el retorno de quienes tienen opción de regresar a sus lugares de origen o residencia, y la urgencia de combatir el tráfico de personas.
Asimismo, México se comprometió a lanzar un programa de cooperación en materia laboral con Guatemala y aumentar las tarjetas de visitante trabajador fronterizo y el número de empleos para personas refugiadas. Adicionalmente, la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, anunció que la iniciativa privada incrementará sus inversiones en Centroamérica para generar más oportunidades de empleo en la región, con énfasis en el empoderamiento de las mujeres.
En el encuentro de la semana pasada se dieron algunos avances modestos. Sin embargo, analistas coinciden en que se cuestionaron los mecanismos utilizados en las Américas para trabajar en conjunto. Queda pendiente reflexionar sobre una reforma al sistema interamericano, las instituciones que deben fortalecerse y cuáles necesitarían replantearse.
Hay muchas lecciones que se pueden retomar: la importancia del diálogo para encontrar soluciones a los grandes problemas comunes y la pertinencia de definir acciones concretas para avanzar en las vías que se van acordando. Al final, fue un trabajo arduo, no sólo de los gobiernos, sino también de grupos de la sociedad civil, jóvenes y empresariado.
La Cumbre debe ser un espacio de comunicación en el que todos los países del continente tengan voz, con un espíritu de equidad y en donde la inclusión sea el principal vehículo para forjar acuerdos regionales. El silencio de los países excluidos impidió confrontar las diferencias y construir sobre ellas.