Para leer con: “Surfing with the Alien”, de Joe Satriani
Acercarse a la especie humana tiene su chiste.
Sus códigos y tradiciones tienen fundamentos misteriosos que, sin importar su origen, inspiran y contagian sinsentidos.
Por ejemplo, es recomendable no levantar comentarios que tengan que ver con su variada colección de apegos. Hacer de su existencia algo más ligero y llevadero no es relevante cuando hay que elegir entre eso, y la defensa o promoción del yo.
También es aconsejable no intervenir en lo que ellos entienden por relación causal. Esperan transformaciones propias y ajenas solo a partir de expectativas inmediatas, pero señalarlo podría significar que pierdan interés en seguir deseando.
Ni hablar cuando se trata de preguntar o entender aquello que sustenta sus acciones. La brújula tiene diferentes polos magnéticos, entre los que se cuentan el emocional, sentimental, visceral, uno caprichoso, otro instintivo, sin dejar de considerar el que es del todo mecánico.
Pero así está bien, los terrícolas no disfrutan pararse sobre el mundo, lo exprimen y se obsesionan con minucias que en minutos olvidan y reemplazan. En eso se les va la vida.
Para interactuar con ellos, lo más recomendable es estar distraídos, poco atentos, evitar ver a los ojos y hablar sin estructura. Así les gusta, es lo suyo. Es más, puede inventarse un tic para desconcertar más, lo que ellos entienden por conversación.
Hable apurado, vea el reloj constantemente para hacer saber a su interlocutor, que debe cumplir el siguiente pendiente sin importancia y escapar de la interacción. Vale la pena intentar posponer todo lo que le sea posible: esto le dará un carácter más verosímil su convivencia con ellos.
A los terrícolas les encanta necear. No tienen idea ni bases sobre de lo que hablan, pero lo defienden con su vida. Por ello, alce la voz, trate de vivir en constante estrés mientras se encuentre allá abajo y defienda lo indefendible con agitados ademanes. Encontrará buenos ejemplos en templetes y tribunas públicas.
Si quiere hacer verdadera inmersión en su territorio, evite todo contacto y limítese a lanzar palabras sueltas, apenas comprensibles para usted, por WhatsApp. Verá que le responden de igual manera y que en este intercambio de inmediateces, hay una relación de vida para ellos.
Algo fascinante es que los terrícolas se creen permanentes. Hacen, dicen y piensan como si fueran a existir para siempre. En los finales de sus cuentos viven felices para siempre.
Pero hay algo raro en ellos. Necesitan una razón para ser felices. Los terrícolas demandan del mundo una cantidad inmensa de condicionantes que les haga creer que están bien. No pueden solo estar en paz o contentos. Requieren un agente que les brinde bienestar. Y viven frenéticamente persiguiendo, coleccionando y endiosando objetos que creen que les dará esto.
Es importante reconocer que, para los terrícolas, todo es personal y es a partir de este hecho que el menor gesto del mundo les afectará. Todo lo quieren controlar y perfeccionar, siempre y cuando sea en una experiencia ajena. Sus preconceptos heredados les brindan una ilusión de superioridad moral que los hace más divertidos, siempre que se les vea a la distancia.
Es muy extraño, pero siguen una conducta ética por miedo o expectativa. Deciden llenar de recomendaciones al prójimo ignorando su validez propia.
Ellos viven de prisa. Cuando salen a caminar por las calles, lo hacen presurosos. Ignoran el valor de la sincronía entre el cuerpo y la mente, lo que los hace mirarse entre ellos y disfrutar la escena. Van a toda velocidad, no importa a dónde.
Para empatizar con alguien que se precie de habitar la corteza terrestre, atestigüe primero el infinito gusano de metal que recorre las calles de las ciudades. En ciertas partes del día se adelgaza y merma para entonces encontrar sólo algunas larvas pululando distraídas por las arterias.
Pero a eso de las 6 PM cobra monstruosa fuerza y se extiende por las vialidades que pueda hasta el punto de apoderarse de toda la ciudad. Reposa, duerme la siesta y por ratos se desliza muy poco, hasta que finalmente se disuelve en partes y espera al día siguiente para reconstituirse y arrastrarse con paciencia.
El tránsito vial es solo uno de sus divertidos procesos cotidianos. Pretenden vivir una sociedad organizada, mientras todos saben que les toman el pelo como trámite diario. De tiempo en tiempo organizan curiosos procesos para que unos cuantos decidan por los demás, lo que se convierte en auténticos carnavales para robar lo que se pueda y mantenerse ahí cuanto se pueda. Y se ensimisman siempre y cuando, cada uno de ellos piensen que están relativamente bien.
Eso hace que haya reacciones de enojo por los que quedaron fuera del club y formen otras agrupaciones que, con armas para eliminarse entre ellos, pretenden resolver su preocupación.
Los terrícolas son interesantes. Al final del día se van a dormir con la certeza de que dominan a todas las especies y, por lo mismo, piensan que son un modelo de civilización que no soporta dejar de ser súbdito de sus impulsos.