Opinión

Carta a un árbol, parte II

Todo llega a un final, también mi larga vida, y quiero solicitarte un gran favor: Siempre piensa en mí

Por Beate Heimes

Soy viejo, antes de despedirme quería darte las gracias por quererme y enseñarles a tus hijos quien soy. Soy un árbol, tengo historia, vi dos guerras, infinidad de personas nacer y morir, tengo vida por abajo y por arriba de la tierra.

Soy inamovible, decido donde desarrollarme. Hago y escucho música con los animales a mi alrededor, el viento, la lluvia, el rio que corre cercano a mi hogar. Vi crecer y morir al hermoso nogal, compañero increíble por mucho tiempo.

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Recuerdo su capacidad de dar, de bailar, hacer movimientos poco comunes; al llenarse de nueces, el concierto de percusiones cuando el viento les ayudó a caer, todo un espectáculo, tocaba mejor que bailarines irlandeses… tactactactac.

Ninguna flor se podría comparar con la de mi amiga, el cerezo tempranero, primera en espantar el invierno, en regalarnos frutos pálidos, dulces. Te fuiste hace mucho tiempo, diste sombra, vida y alegría. Te extraño mucho.

¿Recuerdas, mi niña, cuando sembraste los castaños? ¿Cómo te enojaste con todos porque cortaron árboles de navidad? Fuiste a comprar pinos en macetas; vivo con ellos, 5 pinos

Todo llega a un final, también mi larga vida, y quiero solicitarte un gran favor: Siempre piensa en mí. No soy egoísta, necesito pedirte por mí, por mis hermanos y hermanas.


¿Sabes de una farmacéutica a menos de 200 metros de mi casa? La sobreviví. Me costó mucho trabajo: en algún momento el agua de abajo me sabía a veneno, me hacía daño. Gracias a que había muchos de nosotros logramos filtrar el agua; después ya se cuidaba más este asunto por parte de los humanos.

Sin embargo, por ahí siguen haciendo lo suyo.

No necesito fertilizantes, sé lo que me hace bien y me sé curar con la ayuda de mis animalitos, bacterias y gusanos, entre otros, que son parte del ecosistema. Innecesario que me fumiguen.

Hay comida para todos, no considero enemigos a los áfidos, también quieren comer. Las cerezas que crecen en mis brazos, son incontables, siempre suficientes.

Te pido, digas a los de tu especie que me respeten, no soy una cosa, no soy madera, no soy un alimento, soy vida y tengo mucho que dar; también que no me gusta el agua sucia, que la limpio para ti y para tu especie; que tengo derecho a tomar cosas ricas como aire limpio y darles lugar a ardillas, pájaros, mariposas, abejitas, insectos y arácnidos, quienes nunca toman más de lo necesario y son mis aliados en la reproducción.

¿Mi niña, sigues comiendo cerezas? Por favor guarda los huesitos y plántalos en la tierra. Si germinan, cuídalos, te pido que hagas eso con todas las semillas, por lo menos con muchas.


Acuérdate, la semilla debe quedar en la oscuridad de la tierra para poder crecer y ser un árbol hermoso. Tus abrazos me hicieron igual de bien que a ti, los disfrutamos mucho tú y yo.

Te he visto crecer, llorar y reír, me acuerdo de tu brazo roto que sanó, de tu abuela y de tu papá; tu hermanita traviesa también me quería mucho. No tengo que recordarte que respiramos el mismo aire, ¿verdad?

Cuídate mucho y acuérdate de tu amigo, el cerezo de corazón.

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