Cuando estamos bajo mucho estrés, es muy común (y totalmente comprensible) que los seres humanos reaccionemos de forma negativa, enojándonos, enervándonos, mandando a todo y a todos al diablo y, sobre todo, diciendo cosas de las que, momentos más tarde en los que ya hemos vuelto a la calma, nos arrepentimos totalmente. Por eso es muy importante que aprendamos a manejar y a controlar nuestras emociones ante situaciones y personas que suelen sacarnos de nuestras casillas.
Si nuestra inteligencia emocional no es lo suficientemente sólida y se nos presentan escenarios adversos, provocados por circunstancias o por gente de perfil antagónico para nosotros, siempre va a ocurrir que de manera “natural” nuestra reacción para manejar ciertos escenarios no va a ser del todo óptima. Sin embargo, es en momentos así que requerimos desplegar nuestra paciencia, nuestra racionalidad y nuestra madurez, sobre todo para no perjudicar nuestra salud mental.
Pero, por principio de cuentas, ¿qué significa que algo o alguien nos saque de nuestras casillas?, ¿qué es lo que entendemos realmente cuando escuchamos o utilizamos esa expresión? Si nos apegamos única y exclusivamente al terreno de las definiciones, esto ocurre cuando algo o alguien “altera nuestro esquema de vida”, cuando “perdemos la paciencia” o cuando dejamos de utilizar nuestro raciocinio ante circunstancias o situaciones que nos cuesta muchísimo trabajo manejar y controlar serenamente.
Y el más claro ejemplo de lo anterior son todas aquellas personas con las que no compaginamos a cierto nivel: Social, profesional, cultural, ideológico, moral… y cuyos conceptos cotidianos son incompatibles con los nuestros. Un ejemplo claro de primera mano lo podemos tomar con un hermano o algún compañero de trabajo con el cual no tenemos afinidad alguna y con quien en todo momento protagonizamos choques argumentativos que derivan en fuertes discusiones que pueden llegar a extremos tan graves como insultarnos mutuamente con palabras sumamente hirientes o llegar a las manos, o sea agredirnos físicamente (peleas).
Pero, entonces, ¿qué podemos y qué debemos hacer cuando tenemos frente a frente a alguien que nos saca de quicio y que nos encoleriza a grado tal que no podemos controlar nuestras emociones y queremos, literal, arrancarle la cabeza? Antes que nada, debemos el suficiente aplomo para saber y entender que estas personas nos están mostrando algo que no nos agrada y que eso nos resulta sumamente desagradable… aunque también podría tratarse de algo que es cierto y que a nosotros nos molesta que nos hagan hincapié en ello.
Asimismo, también debemos tener la capacidad para asimilar que se trata de personas tóxicas que muy probablemente no tienen el tacto ni la inteligencia para poder sostener discusiones de manera civilizada. Entonces aquí lo que se requiere es demostrar nuestra humanidad, nuestra paciencia y nuestra asertividad, pero también nuestra cautela, porque en cualquier momento podría presentarse una agresión que sobrepase la interacción verbal.
Está claro que nosotros no somos responsables de los pensamientos, los sentimientos y los comportamientos de los demás; pero también está claro que nosotros podemos influir positivamente para que ese tipo de dinámicas negativas no se detonen y no nos afecten. Para eso, hay que ser lo suficientemente empáticos y comprensivos con los demás. Cuando tratemos con las personas procuremos aplicar los mismos criterios que quisiéramos que los demás aplicasen con nosotros: Ser amables, respetuoso, receptivos y, sobre todo, lo más humanos posibles, porque la realidad es que no sabemos qué vienen cargando aquellos con los que convivimos a diario.