Por Sylvia Vanegas Sáenz
Pasamos la vida indagando de otros, esperando saber algo de los demás, escuchando con atención los comentarios o críticas acerca de alguien que, a veces, ni conocemos personalmente.
Poco o nulo es el tiempo que dedicamos a cultivar y desarrollar la curiosidad hacia nosotros mismos y nuestra experiencia.
Empezar por preguntarnos cuándo fue la última vez que presté atención a explorarme, en un sentido amplio, en cada uno de los distintos aspectos de mí, sería ya un buen inicio.
Te invito a practicarlo.
Es probable que descubramos que nos hemos abandonado a nosotros mismos, en aras de los demás. Tal vez por evitar el contacto con aspectos que no nos gustan de nosotros, o con recuerdos que nos resultan dolorosos. O quizás, porque aprendimos que pensar demasiado en nosotros era un síntoma de egoísmo. Cualquiera que sea el caso, paulatinamente, nos hemos ido privando de nuestra capacidad natural para sentirnos. Y, por ende, del objetivo fundamental de nuestra existencia que sería auto cuidarnos.
Solamente parando a observarnos con curiosidad y profundidad, podremos reencontrarnos con el mundo interno de nuestras sensaciones.
Solo dándonos cuenta de las sensaciones que experimentamos mientras la vida pasa a través nuestro, podremos escuchar el mensaje del cuerpo acerca de cómo estamos, qué necesitamos, cómo se siente hacer lo que estamos haciendo.
El ejercicio de atender a nuestra experiencia interna con curiosidad requiere de una conciencia especial: la de saber que soy la persona más importante de mi existencia. Si no me tuviera a mí, no podría hacer nada de lo que disfruto hacer, ni tendría oportunidad de amar a ninguna de las personas a quienes elijo amar.
Dedicar tiempo y esfuerzo para explorarnos a nosotros mismos, requiere de mantenernos atentos a ese instante de conciencia, en el que nos percatamos de que somos merecedores de todo el amor que habita en nosotros, el cual a menudo, se dirige solamente a otros. A partir de ese entendimiento, podremos aplicar esfuerzo para sembrar cada día una semillita de amor incondicional hacia nosotros mismos.
Detenernos a sentirnos con curiosidad es parar nuestra actividad algunas veces durante el día; percibir nuestra respiración, sentir el aire pasando por las fosas nasales, el movimiento del cuerpo al entrar y salir; observar si su ritmo es largo, corto, profundo o superficial. Notar a detalle lo que se despliega en las distintas partes de nuestro cuerpo y mente. Darnos cuenta de cuáles emociones están presentes. De cómo está siendo nuestra relación con el entorno. Lo que escuchamos, lo que olemos, lo que hay alrededor y lo que ello nos genera. Sentir la experiencia de nuestro cuerpo como una totalidad, en perfecta integración con todo.
Hacer una práctica formal y convertir en hábito la atención plena, con curiosidad hacia nosotros mismos y aceptación hacia todo cuanto surja, nos irá contactando cada vez más con el ser que hemos venido a ser.
La práctica hace al maestro. Y nadie mejor que tú para ser el maestro de tu propia vida.