A lo largo de nuestra vida, todos los seres humanos, hombres y mujeres por igual, sin importar nuestra procedencia e historia individual, tenemos que hacerle frente a la ausencia. Y acomodar nuestro carácter y nuestro espíritu para afrontar esta circunstancia no es fácil para nadie, porque a pesar de que existen ausencias de distinta índole y cada una lleva implícita su complejidad, lo cierto es que todas las personas, para asegurar y solventar todas nuestras subsistencias, tenemos que echar mano de varias herramientas emocionales para superar aquellos momentos en los que nuestra circunstancia individual entra en terrenos de difícil tránsito.
Pero, por principio de cuentas, ¿qué es una ausencia?, ¿cómo sabemos que estamos cara a cara frente a una ausencia? Para empezar, tenemos que ésta se deriva de un par de circunstancias muy específicas relacionadas con aquello que perdemos y con aquello que nos hace falta. Se trata de dos cosas muy diferentes que requieren de un análisis y una reflexión por separado.
Seguramente muchos de ustedes han escuchado o leído ese refrán de “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”. Pues permítanme decirles que este ancestral aforismo popular tiene mucho de verdad, pero también tiene mucho de mentira, porque cuando se trata de sopesar la ausencia de algo o de alguien lo cierto es que todos nosotros sabemos muy bien la importancia de todo aquello que conforma nuestras vidas: Las personas, las situaciones, las circunstancias, los afectos, nuestras prioridades e incluso aquello que tienen que ver con nuestro entorno material. Por lo tanto, cada uno de ustedes sabe bien la importancia que tienen en su día a día sus parejas, sus familias, sus amigos, sus mascotas, sus compañeros de trabajo, sus vecinos… y cuando la vida nos orilla drásticamente a experimentar la pérdida de alguno de estos componentes mencionados, la realidad es que nuestra existencia se queda incompleta y fracturada de forma irreparable.
Y sí, “hay de ausencias a ausencias”. La más fuerte, indudablemente, tiene que ver con la muerte, porque ésta es irremediable y frente a ella no se puede hacer nada. También hay ausencias temporales, forzadas, necesarias, momentáneas… cada una tiene sus peculiaridades y también a cada una la afrontamos de distinta forma y nos afectan en distinta magnitud. Aunque también debemos entender que las ausencias son emocionalmente devastadoras.
Lo ideal, en líneas generales, cuando éstas se presentan, es procurar plantar los pies en el suelo lo más rápido que puedas y enseguida ocupar tu mente, para que puedas alejar la nube de la depresión. Y, también, por muy complicado que te resulte en ese momento, tienes que darle tiempo al tiempo, porque éste es necesario cuando requerimos sanar las heridas que se abrieron por esta ausencia.
Otra acción importante a ejecutar será no caer en la autoconmiseración, porque por lo regular cuando tenemos que afrontar una ausencia lo más seguro es que ésta no fue propiciada por nosotros mismos. Así que erradica de tu pensamiento el “hubiera” y trata de seguir adelante, porque lo hecho ya no puede deshacerse. Deja el pasado el pasado a donde pertenece, porque cuando algo o alguien nos hace falta sólo tenemos dos opciones: Encadenarnos al dolor o subsistir con todos esos recuerdos de los momentos que nos hicieron felices.
Y, por último, recuerda con cariño y, en caso de haber sido tu culpable de esa ausencia, aprende a perdonarte. A final de cuentas se trata de un valioso aprendizaje.