El presidente rompió una de sus promesas de campaña que nacieron de la inconformidad de quienes fueran sus rivales y que sacaron y sostuvieron a los militares en la calle: Enrique Peña Nieto y, antes, Felipe Calderón.
Se “llenó la boca” de decir una y otra vez que ese regreso paulatino sería reemplazado por medidas para lograr la paz enfocadas en la prevención, así como otros programas sociales.
Pero se le cayó la sopa “del plato a la boca”. En lugar de eso, les ha entregado gran parte del presupuesto, de las decisiones de la vida pública y, se podría decir, que no tiene consideración alguna en lo que alguna vez prometió.
No tenemos nada en contra de las y los militares de base, los que exponen su vida por servir a su patria y quiénes consistentemente defienden a su país. Pero sí en el uso faccioso de las instituciones que sostienen hasta dentro de la milicia a las élites del poder.
Lamentable esa foto del sexenio en donde se ve a un López Obrador cabizbajo en la entrega de reconocimiento a generales, incluido a quien consideró en algún momento “enemigo del pueblo” como el General Cienfuegos por el caso Ayotzinapa.
En retrospectiva, los políticos tenemos sólo la palabra, si alguien la incumple, le falta a su honor. Piénselo.