En los últimos años, la producción cinematográfica en México ha experimentado un crecimiento impresionante. En décadas pasadas, era una rareza encontrar películas mexicanas en la cartelera nacional, y muy pocas lograban un estreno comercial.
La semana pasada, una película fascinante llegó a los cines, con una historia que no solo me mantuvo pegado al asiento durante toda la proyección, sino que también generó una conversación apasionada después de terminarla.
A pesar de la abundancia de historias sin explorar en el cine mexicano, es innegable que los thrillers han recibido menos atención en la pantalla grande en los últimos tiempos frente al exceso de comedias románticas. Carlos Carrera, un director galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Ariel y conocido por su trabajo en proyectos notables como “El crimen del Padre Amaro” y las recientes producciones de ficción de Televisión Azteca, “La Lotería del Crímen” y “Doctora Lucía: Un don extraordinario,” regresa con “Confesiones,” una película inquietante que arroja luz sobre un tema raramente discutido y que afecta a todas las capas de la sociedad.
En esta trama, una familia adinerada de la Ciudad de México, aunque aparentemente desconectada entre sí, se ve profundamente afectada por la desaparición de su hija menor. En medio de la noche, horas después del incidente, uno de los secuestradores se presenta en su residencia -la cual se vuelve un personaje más-. Para sorpresa de todos, su objetivo no es un rescate en efectivo, sino una confesión. Alguien dentro de la familia está ocultando un acto espantoso, y el secuestrador los presionará para que cada uno revele sus secretos más oscuros.
Juan Manuel Bernal, Claudia Ramírez, Luis Gnecco y Emilio Treviño asumen los papeles principales en este thriller, y todos desempeñan sus roles de manera excepcional. Los tres primeros demuestran su versatilidad y experiencia al personificar con profundidad a sus personajes de manera inquietante. Emilio Treviño, conocido por su trabajo en el doblaje y en su debut en la actuación, interpreta a un adolescente que fácilmente podría caer en el cliché, pero su actuación lo rescata de ese destino, haciendo que el público lo ame y, al mismo tiempo, lo odie en momentos clave.
Claudia Ramírez, en su cuadragésimo año de carrera, merece una mención especial, ya que bajo la eficaz dirección de Carrera, ofrece un monólogo impactante, el punto culminante de su actuación, que abarca un amplio espectro de emociones. Con este proyecto, se perfila como una actriz de primer nivel.
Como mencioné anteriormente, después de ver la película, se desencadenará una conversación que va más allá del estereotipo de “los ricos son malos y merecen humillación”. A medida que la película avanza, los espectadores adquieren dudas que necesitan respuestas desesperadamente.
La película plantea cuestiones de manera intrigante: ¿Es el secuestrador el verdadero villano de la historia, o tiene motivos que justifiquen su tortura psicológica hacia las víctimas? En cuanto a las víctimas, la película arroja dudas sobre si realmente son inocentes o si, de alguna manera, merecen la noche de pesadilla que están experimentando. Estos interrogantes añaden una capa de complejidad moral a la trama y mantienen a la audiencia en vilo mientras se desarrolla la historia.
Los invito a tomar la decisión de ir al cine y experimentar unos minutos de tensión con una película mexicana excepcionalmente realizada, que les dejará con preguntas cruciales en sus mentes. No crean que todo es tensión; la película también incluye momentos de humor negro que funcionan como una válvula de escape. Esta película se distingue por su guion intrigante, una dirección que saca lo mejor de los actores y giros argumentales que sorprenden. Es raro encontrar un thriller mexicano tan efectivo.
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