A dos semanas de que el huracán Otis destruyó Acapulco, y después de que el presupuesto de egresos aprobado para 2024 no contempla recursos para su reconstrucción, todavía hay mexicanos esperando a que el régimen federal, encabezado por el licenciado López, “haga algo”; aún esperan que “se ponga a la altura”; que “trabaje en serio” por los damnificados. No va a suceder.
Como en cada tragedia sucedida en este sexenio, el gobierno federal elude su responsabilidad en Acapulco con poca gracia y ningún pudor; no es un tema de incapacidad, sino de falta de voluntad para ejercer las funciones básicas de cualquier gobierno. Cuando la centralización de sus compras derivó en una terrible escasez de medicamentos contra el cáncer, con efectos funestos entre quienes lo padecen, el gobierno de López simplemente siguió de largo; cuando su indolencia ante la pandemia de Covid arrojó 700 mil muertes que podrían haberse evitado, López y su gabinete se limitaron a contar su versión con buen humor; hoy, después de haber hecho nada para alertar a la población de Guerrero sobre Otis, y limitado la declaratoria de desastre a dos municipios de esa entidad, el gobierno federal mexicano ya anunció una “feliz Navidad” para el puerto... y a otra cosa.
Siendo evidente ese patrón de absoluta ausencia gubernamental ante las tragedias, no tiene mucho sentido preguntarse cuándo comenzará el rescate de Acapulco por parte del gobierno. Tiene cierto sentido su denuncia precisa, eso sí, como testimonio del criminal maltrato que este régimen le aplica a sus gobernados, aún en las circunstancias más terribles. Pero nada más.
El triste caso de Acapulco puede servir, sin embargo, para entender la circunstancia de todos los mexicanos bajo el gobierno de López: estamos solos. Peor aún, de quien deberíamos esperar auxilio más vale cuidarse, porque no le basta con abandonarnos en medio de la tragedia: también suele aprovechar la circunstancia para aumentar la dependencia social de la voluntad oficial.
Al igual que otros gobiernos en Latinoamérica, el que hoy sufrimos los mexicanos gusta de mermar las capacidades de la población, hasta llevarla al punto en que sus únicas opciones sean las que el régimen le permita. Esa estrategia de aislamiento territorial (puesta a prueba desde los años 50 en la Sierra Maestra) como forma de sometimiento social, tiene un aliado inmejorable en los desastres naturales, pues provocan, en cuestión de minutos u horas, condiciones de precariedad idóneas que llevaría años concretar en circunstancias normales.
Así pues, convendría que a la par que acude en auxilio de Acapulco y todo Guerrero, la sociedad mexicana observe con claridad cuál es la situación de esas entidades, cuán poca ayuda pueden esperar de la federación, y cuál es la razón para ello. El doloroso caso guerrerense debería servir para que suficientes mexicanos sepan, ya sin vanas esperanzas ni torpes creencias, que el gobierno más votado en su historia democrática no está para servirlos ni protegerlos, sino que busca aprovechar cada oportunidad para volverlos más dependientes de su agenda y sus caprichos.
Usted, apreciable lector, tome nota ya: sin importar cuán desesperada sea su situación, no contará con el apoyo federal. Cuide, pues, de su salud y su seguridad... y ruegue para que ningún desastre natural llegue a su puerta, al menos hasta octubre del próximo año.
CAMPANILLEO
Cualquiera diría que los desastres naturales les vienen a los gobiernos bolivarianos “como anillo al dedo”