El sentido común es, parece, el menos común de los sentidos. Su ausencia reside en la lógica y en muchas ocasiones las personas dejamos claro que no actuamos así. Los motivos son variados: desidia, falta de atención, memoria de corto plazo y la enfermedad social que nos aqueja más, la desconfianza.
Eso hace que lo que parece obvio hacer no se haga y que las medidas que podríamos tomar para que no nos ocurra lo que ya nos afectó, nunca se materialicen. Es un círculo vicioso que se queda sin solución, porque no tomamos previsiones y esperamos a que alguien más haga las cosas que nos corresponden a nosotros.
No es un reclamo y tampoco una queja, pero las y los ciudadanos podemos hacer muchas cosas que no requieren de la supervisión de ninguna autoridad. Una muy importante es prevenir y eso se hace anticipando los peores escenarios. Eso no te hace pesimista, sino precavido.
Pensar que no va a ocurrirnos algo malo, solo porque así lo dispone el destino para quienes actúan correctamente, es lo mismo que tomar decisiones a partir de echar una moneda al aire. Pablo Picasso dijo alguna vez que siempre era mejor que la inspiración llegara cuando ya estabas trabajando. La experiencia no diría que no existen soluciones milagrosas para ningún problema, sin embargo, seguimos pensando que el escenario más factible es aquel en el que se hace la voluntad de dios en las mulas de mi compadre.
Pienso en esto, gracias a un comentario en redes sociales en el que un usuario se queja de que hablé obviedades en una participación televisiva. Me hizo reflexionar y llegué a la conclusión de que es cierto, pero ahí no está el problema, porque ante mi posible falta de elucubración, la pregunta es ¿si es tan obvio, porque no lo hacemos y listo?
Tal vez, porque somos criaturas de la rutina y nos tranquiliza que nuestra realidad sea predecible y estable. Nada malo con ello, solo que el mundo -y ahora la naturaleza- no funcionan de esa manera.
En otros momentos de la civilización humana, varias generaciones tuvieron que adaptarse a un medio ambiente hostil y hasta mortal. El aumento en la expectativa de vida es relativamente reciente y se debe a que hemos afectado (nunca dominado) a un planeta que está reaccionando en nuestra contra.
Pero esto podría pasarse por alto, cuando hemos sido capaces de someter a nuestra voluntad a la mayoría de los espacios que ocupamos y nuestro debate más reciente involucra el poder reproducir artificialmente una de las características que nos separan de otras especies en el mundo: la inteligencia.
Bueno, una sociedad inteligente no habría desestimado el impacto que iban a tener muchas de nuestras decisiones en el entorno natural en el que nos desenvolvemos. Esto es más que una cuestión de activismo, es un llamado de alerta para que modifiquemos nuestra manera de actuar respecto a todas las actividades que significan una alteración de las condiciones naturales, que son casi todas en esta vida moderna.
A quien predice con éxito un escenario futuro se le considera un “visionario”, alguien con un talento único para ver hacia delante. Creo que la “futurología” no es una disciplina real y lo que necesitamos es actuar con sentido común, prevención y tomar decisiones que cambien el comportamiento actual.
La llamada “ceguera de taller”, esa condición humana en la que perdemos de vista cosas que podrían mejorarse, porque se nos hacen cotidianas y responde al mal principio de “así se ha hecho siempre”, está llena de obviedades que se pasan por alto, porque perdemos ese impulso por innovar.
Y la única innovación que nos ayudará en los próximos años será aquella que nos permita mejorar las condiciones de vida de la mayoría. Suena obvio, pero nos hemos pasado décadas discutiendo acerca de los mismos problemas y las maneras de solucionarlos, con pocos cambios o ninguno de fondo.
¿Cómo saber qué cambiar? Sugiero algo igual de obvio: miremos a nuestro alrededor y veamos si lo que estamos viviendo podría ser distinto, y mejor, si hiciéramos los cambios necesarios. Los personales y los sociales.
Cada quien tiene la responsabilidad (la corresponsabilidad) de llevar a cabo lo que se requiere para vivir en un entorno seguro y próspero. No es echarle ganas porque sí, es hacerlo para construir comunidades en armonía y en paz, en las que todos podamos ayudarnos a superar los retos que presenta la vida en este cambio de época. A veces, la solución está frente a nosotros y no la vemos. No obviemos nada y actuemos. Se dice fácil, pero la verdad, es un esfuerzo particular y colectivo que debemos hacer una buena costumbre.