Desde nuestra muy particular cotidianeidad, todos los seres humanos a diario tenemos que sortea y enfrentar, a partir del libre albedrío, distintos tipos de decisiones que bien pueden ser sumamente simples o complejamente difíciles, y es en torno a nuestra propia moralidad y la escala de valores en la que nos manejamos que determinamos si lo decidido recae en el terreno de haber hecho lo que es correcto u optar por aquello que nos es más conveniente.
Les comparto una breve situación hipotética que nos ubica en el contexto de lo anterior:
Estamos sin trabajo desde hace un par de semanas. No hemos comido alimento en tres o cuatro días. Salimos a la calle a buscar empleo o la caridad de alguien que nos ayude. Tras haber caminado unos cuantos metros nos encontramos tirado en la banqueta, arrugado y hecho bola, un billete de 500 pesos. Todos sabemos que ese billete no apareció ahí por obra y gracia de Dios. Sabemos que se le cayó a alguien quizá tan o más necesito que nosotros.
Y aquí aparece el dilema: ¿Qué harías?
El debate emocional que surge en nuestro interior es endémico en la especie humana (a menos que seas un ser sin escrúpulos ni decencia): ¿Hacer lo conveniente o hacer lo correcto?
Lo conveniente, cualquier persona con tres gramos de intelecto lo sabe, es aquello que nos conviene y es favorable a nuestros intereses. Se trata de algo útil, provechoso y cuando surge va acompañado de su prima hermana la oportunidad. En pocas palabras, se trata de algo (una situación, una circunstancia, un momento e incluso una persona) a lo que le podemos sacar el mayor jugo posible sobre todo cuando estamos inmersos en la adversidad o la dificultad.
Por su parte, lo correcto es más simple de explicar, pero más difícil de ejecutar. Se trata de hacer, desde nuestra muy particular concepción de lo bueno y de lo malo, aquello que “está bien, incluso de que al realizarlo pudiera provocarnos algún perjuicio.
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Cuando alguien hace lo correcto eleva su moralidad, porque esto implica un acto de entrega y generosidad éticos. Quien lleva a cabo este tipo de acciones está comprometiendo su raciocinio al sus impulsos y sus instintos más basicos en beneficio de todos con un objetivo muy claro: Apostar por una construcción social positiva que genera avances firmes para todos, no sólo para sí mismo. Y créanme, no cualquiera es capaz de mantener a raya sus instintos para beneficiar a muchos a quienes quizá ni siquiera conozca. Pero las buenas acciones siempre redundan en un mejor porvenir para todos.
Por lo regular, aquellos que tienen frente a sí la oportunidad de hacer lo conveniente o hacer lo correcto no los está mirando nadie. Y ese, al final del día, es el intangible más valioso que poseen estas dos circunstancias porque, más allá de las condenas o las recompensas sociales, es nuestra propia conciencia la que nos va a juzgar (desde la introspección y la autorreflexión) si hemos obrado de buena o mala forma. Y esto está por encima de cualquier ley escrita.
Cuando te niegas a hacer “lo que más te conviene” en automático le cierras la puerta a la negligencia, a la corrupción y al abuso de poder.
¡Tú decides!