Es falsa la supuesta transparencia que ejerce el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia mañanera, lo que sucede en ese espacio es propaganda que escuchan aquellos que mantienen lealtad sin cuestionamiento alguno. Aquellos que siguen convencidos de que todo lo que sale de la boca del mandatario o de cualquier funcionario que asiste es verdad y que no están dispuestos a cuestionar, sino a reproducir.
Más alarmante es el amedrentamiento que todos los días ejerce el presidente contra aquellos periodistas o líderes de opinión que le incomodan. No sirve de nada la supuesta libertad de expresión que pregona este gobierno, cuando el jefe del ejecutivo amenaza, critica y violenta a todo aquel opinador que no piensa como él.
La libertad de prensa en nuestro país no está completa. No sirve de nada que se puedan publicar editoriales y comentarios cuestionando al gobierno, cuando la posibilidad del hostigamiento gubernamental y la avalancha de insultos orquestados, muchas veces, desde las mismas esferas del gobierno, son una realidad que intimida y daña.
La popularidad del presidente se ha utilizado en contra de aquellos que no piensan como quienes creen en su movimiento. El gobierno tiene la responsabilidad de gobernar para todos, sin embargo, prefiere hablarles a aquellos que no le incomodan, que le aplauden, que ríen con sus bromas, que creen en sus cifras y que celebran sus “otros datos”.
No se critica la estima que le pueda tener parte de la ciudadanía a un político, aciertos en su comunicación tiene López Obrador. Tampoco se pueden dejar de reconocer los propios aciertos que tiene este y otros gobiernos, porque también es una responsabilidad ciudadana hablar de esos aciertos, pero no debe ser lo único.
Es una realidad que la comunicación del presidente ha sido sumamente efectiva en la manera en la que le habla a su electorado, aquel que encontró en él una respuesta al desencanto de sexenios atrás, pero es también aquel que está dispuesto a mantener una ceguera permanente, más por una venganza política que por un razonamiento.
No hay democracia sin libertad de expresión, no hay gobierno sin rendición de cuentas. Hay una responsabilidad ciudadana en cuestionar al gobierno en turno, al político sin importar el color que lo abandera. Otorgar cheques en blanco no nos hace mejores ciudadanos, sino simples aplaudidores que dejan su responsabilidad de lado, solo por pretender ganar supuesta una batalla ideológica que no construye un país, sino que lo divide.