Desde hace mucho tiempo las corridas de toros han propiciado una gran discusión social entre quienes plantean que se trata de una festividad con una enorme tradición de cientos de años y quienes cuestionan el maltrato a los animales. Sin duda es un tema que divide a la sociedad. Aunque lo cierto es que la fiesta brava, como algunas personas la denominan, es una práctica que se realiza solo en ciertas regiones o entidades del país.
Quienes están a favor de esa actividad recreativa insisten en que es un arte y que se requiere un gran valor en el que se enfrentan un animal criado para ese fin y un hombre, en su gran mayoría, de gran valentía.
Lo que está comprobado es que pese a que las reses bravas están criadas exclusivamente para el toreo, hay un sufrimiento que no se justifica y que se les sacrifica inútilmente. Es una práctica que debe respetarse en un régimen de libertades, pero que debe tener como límite el trato respetuoso de la vida de esos animales.
En todo caso, lo que se requiere es regularla debidamente para evitar que se lastime tanto a los toros, como a otros seres vivientes que participan en esas festividades. Es indispensable que se reconozcan sus derechos para que no se ejerza ningún tipo de violencia en su contra con el absurdo pretexto de la diversión de un público que cada día se va disminuyendo.
En la conciencia colectiva se va extendiendo la idea de que el toreo es una práctica inhumana que debiera extinguirse, más allá incluso de que se prohíba mediante disposiciones de gobierno o de las leyes. En esta época que hemos construido nuevas formas de relaciones sociales, también es momento para erradicar prácticas que en lugar de enaltecer al ser humano degrada su calidad y pone en entredicho su evolución como personas pensantes, sensibles y compasivos con los demás seres vivos.