Nuestros abuelos crecieron en hogares diferentes a los que hoy conocemos. Por ejemplo, no había un baño en cada habitación o piso de la casa, aunque cada uno estaba acondicionado con un mueble que tenía encima una amplia vasija redonda para asearse, la cual iba acompañada de una jarra con agua. Comúnmente, se les llamaba palanganas y tenían usos diversos que iban desde ayudar a despertar, hasta lavarse los dientes.
Si uno necesitaba acudir al baño, éste podía ubicarse lejos de la casa o en un rincón a donde podían ingresar por turnos los integrantes de la familia. Uno solo. Las primeras regaderas eran consideradas, como hasta ahora, un avance tecnológico; mientras que las tinas (antiguas casi como la humanidad) siempre han sido un lujo, porque concentran y desperdician agua. La aparición de más baños en un hogar es reciente y está relacionada con el inicio del siglo XX, porque la rutina de la mayoría de los mexicanos era lavarse justo con el líquido que cupiera en la jarra.
El agua era escasa entonces y lo es ahora. Había que cuidarla en esa época y definitivamente lo tenemos que hacer hoy. Sin embargo, los hábitos son distintos entre lo que ocurría con nuestros abuelos y lo que sucede con nosotros.
Leo con atención muchas de las recomendaciones que hemos compartido en este espacio durante varios años, ahora enviadas por muchas otras personas que, como en esos momentos no había una emergencia, podrían haber pensado que se trataban de buenos propósitos de ciudadanos que intentaban actuar correctamente. No más. En estos días se comparten con cierto pánico que, fundado o no, debe movernos para actuar y no solo esperar a que una tragedia imaginaria nos afecte. Esto, tristemente, es real.
Que bueno que inicien campañas oficiales para cuidar el agua y que en muchos edificios privados y públicos ya no se llame a la consciencia, sino se destaque la urgencia. Solo que los extremos no sirven para convencernos y tampoco para alterar nuestros hábitos. Comparto aquí qué sí puede hacerlo.
Una cubeta en la regadera. A falta de palanganas (ahora son una artesanía), un simple recipiente de plástico puede ser suficiente para recolectar el agua mientras se calienta. Deben participar todos los miembros de la familia y cada uno debe hacerse responsable de no desperdiciar la cubeta (ni dejarla vacía, ni que se desborde), para que esa agua sirva para el baño, para trapear y hasta para esa jarra que ya no existe, porque para eso está el lavabo.
Bañarse a jicarazos ha sido sinónimo de carencia en nuestra educación convencional. Abrir la llave y recibir agua a chorros es una escena tan común que no provoca ninguna emoción, sino hasta que no ocurre. Tener que recurrir a otra forma de asearnos es motivo de anécdota que evita que seamos conscientes del milagro que es proveer el líquido a edificios y viviendas. Solo que el agua no es una comodidad, es un derecho y un insumo vital.
Bueno, cerrar las llaves cada vez que nos enjabonamos, nos rasuramos y nos lavamos los dientes, es el equivalente a emplear la jícara con inteligencia. Para cuando solo hacemos las dos últimas acciones de limpieza, el símil es un simple vaso de cristal con lo que le quepa de agua potable. Esa es toda la que tienes y esa es toda la que debes ocupar.
Jalar el inodoro solo cuando sea necesario. Aventar cualquier papel o residuo y después malgastar una carga completa de agua es un mal hábito. Muchos inodoros cuentan con dos botones para diferentes capacidades y necesidades que tenemos. Sin embargo, me refiero a esas ocasiones en las que usamos el agua como una herramienta para deshacernos de lo que nos estorba. La basura va en otros sitios y para eso contamos con botes y bolsas. En épocas de crisis hídrica en grandes ciudades, recuerdo el caso de Nueva York, se hizo popular dejar que la orina se acumulara por la noche para solo emplear una carga en la mañana. La frase en inglés es escatológica y, supongo, que la visión que acabo de compartir no es amable cuando estamos acostumbrados a limpiar el inodoro a la menor provocación.
Finalmente, los recipientes también están para acumular líquido y con lo que cabe en uno de buen tamaño se pueden lavar los trastes. ¿Dejar que se acumulen los de la comida con los de la cena? Lo dejo a consideración, pero fue una práctica común en ciudades de Europa durante temporadas de estiaje. Los restaurantes, por ejemplo, usan una sola tarja o una manguera industrial que emplea menos líquido, aunque a presión. En internet se encuentran algunos modelos para uso doméstico.
Entre todos podemos reducir nuestro consumo a niveles en los que podemos repartir equitativamente menos agua, sin pasar lo que nuestros abuelos. No obstante, esa es una solución que debe venir acompañada de un cambio de comportamiento, de una consciencia acerca de lo preciado que es el agua. Lloverá, eventualmente, y lo mínimo que podríamos hacer es sacar cubetas, jícaras y palanganas para cosechar el insumo sin el cual no podemos vivir. Así de simple.