Dos imposibles sostienen la existencia humana: no pedir nacer y no poder hacer nada —hasta el nuevo aviso tecnológico—para no morir. Nuestra existencia transcurre entre esos dos puntos, nacimiento y muerte, dos momentos sorprendentes que dividen el tiempo en un antes y un después, no sólo para quien los vive, sino, sobre todo, para quienes son testigos.
Lo que suceda, transcurra y se realice durante esos dos puntos, el tiempo de nuestra vida, se caracteriza por la pobreza-riqueza de la ausencia, la pérdida y el vacío (vacío del ser, de control biológico…) pero también por el movimiento y la decisión, el cambio y lo itinerante. Sólo el ser humano puede transformar su entorno y, al hacerlo, se transforma a sí mismo. Es la competencia de todos los quehaceres y saberes humanos: el movimiento, la exploración, el cambio, la trascendencia…Filosofía, política, ciencias y tecnologías…cada una de ellas parte de un vacío creativo.
La vida humana es, por principio, polifónica y dinámica. Por ello mejor decimos vidas humanas, así, en plural. De igual manera, el tiempo y los caminos, lo itinerante de cada persona sucede en la diferencia, en una singularidad que ni si quiera es semejante así misma, ya que el pasado no es destino, y el futuro no está aún escrito.
De nuestra relación con el tiempo podemos decir que los humanos disponemos de un tiempo que compartimos con el resto de los animales, las plantas y las cosas, se trata del tiempo de la sucesión, sin embargo, nuestra vida no se reduce a llenar ese simple espacio-tiempo de sensaciones fijas, sino a subvertir, cambiar y transformar el tiempo, abriendo otros tiempos con ritmos únicos, pasadizos que se inventan gracias a los tiempos subjetivos, tiempos marcados por las manecillas y los mecanismos del deseo, amor, misterio y creatividad. Que es donde irrumpe lo itinerante, el movimiento, la exploración…no sólo en sentido figurado, sino como una puesta en acto: somos movimiento, camino que se hace al andar, como dijo Antonio Machado.
¿Y cómo abrir ese tiempo nuevo, único, el tiempo que no pierde la batalla ante el peso de la rutina y el dolor genérico? Dándole lugar a la sorpresa, disponerse a dejarse sorprender. Esto en un sentido obvio, casi coloquial, simple. Pero, por otro lado, un poco más complejo, dándole lugar a lo que ocurre, no sólo bajo la forma de lo que se ve y escucha, sino de lo que se siente y piensa, dejando caer o descentrándose de lo que se cree ser el “Yo”, esa ilusión de identidad y mismidad, que, a pesar de ser fugaz, se asume como algo fijo y estable, sin división, para entonces poder ver lo nuevo desde otros ángulos.
Eso es lo que quiere decir itinerante: movimiento y transformación, una mirada polifónica que transita por diferentes contextos, espacios y lugares, que intenta captar diferentes matices, para poder ver, no sólo lo nuevo en lo novedoso, sino lo nuevo (lo no antes visto) en lo que se ve todo el tiempo, en lo supuestamente ya conocido.
¡Bienvenidos itinerantes a este espacio nuevo de escritura-lectura que compartiremos!
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario www.camiloramirez.com.mx