Opinión

Apariencia y transparencia

Creo que hemos dejado paulatinamente el mundo de las apariencias al que estábamos acostumbrados y comenzamos a equilibrarlo con un sentido de ciudadanía

Es difícil comprender a los demás. Pensar que somos capaces de anticipar el comportamiento y los motivos de otra persona solo por intuición y apariencia es un error científico y también una injusticia al desestimar la complejidad que tiene cualquier ser humano.

A partir de esa equivocación, asumimos rasgos de otros que no son ciertos y los juzgamos a partir de elementos bastante endebles. En uno de sus mejores libros, “Hablar con extraños”, Malcolm Gladwell, investiga hasta qué grado somos capaces de errar cuando tratamos de entender a otros seres humanos a partir de nuestra capacidad de observación.

Un conocido refrán, que en algún momento hasta se volvió norma de conducta, dice que la gente “como te ve, te trata” y esa idea ha sido la justificación para un sinfín de malentendidos y también de prejuicios. Todo parece indicar que nuestra capacidad de observación es limitada y que la imagen que nos hacemos de los demás poco corresponde con quienes realmente son.

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La única manera de no equivocarnos respecto a los demás y “no juzgar a un libro por su portada” es dedicar tiempo a verdaderamente comprender a otros. Es decir, enfocarnos en entender de dónde viene la desinformación que puede alimentar ciertos estigmas o los datos confiables que permiten contar con un criterio basado en argumentos y en razones, no en emociones.

Una interpretación que cada vez se hace más amplia es que nos movemos por impresiones y por sentimientos, porque estamos repletos de actividades cotidianas que no nos permiten darnos el espacio necesario para reflexionar sobre muchos temas y sucesos.

La manera en que las plataformas de contenido han diseñado sus algoritmos y la duración promedio de videos y mensajes nos ha convencido de que lo que no esté compartimentado en unos minutos no será entendido por los demás. Y ese es el problema.

Si analizamos las recientes decisiones públicas de varias sociedades, entre ellas la mexicana, notaremos que actuamos de manera menos impulsiva de lo que ciertos círculos de pensamiento y de influencia nos atribuyen. Claro que podemos emocionarnos con una hazaña deportiva o indignarnos con un hecho de violencia, pero también somos capaces de traducir lo que deseamos para nuestra vida pública en acciones concretas que solo pueden llevarse a cabo después de pensar y de analizar.


Creo que hemos dejado paulatinamente el mundo de las apariencias al que estábamos acostumbrados y comenzamos a equilibrarlo con un sentido de ciudadanía en el que se incorporan nuevos valores y principios que, desde nuestros hogares y como personas, hemos concluido que son mejores para la convivencia que los que no hace mucho ejercíamos con normalidad.

¿Eso quiere decir que los valores de antes eran malos y los de ahora son los buenos? Es más complicado que eso. Lo que cambia son los parámetros de lo que consideramos aceptable y de lo que no; de lo que estamos dispuestos a conceder y lo que no deseamos que continúe. Entre más amplia es la mayoría que llega a un acuerdo sobre esas fronteras, los comportamientos se modifican y los principios que se establecen para unos nuevos se renuevan.

Con cierto gusto observo que nuestra sociedad está generando nuevos acuerdos todos los días, fundamentados en ideas de justicia, de prosperidad equitativa y de respeto a los demás. Y esto sucede entre generaciones, orígenes, niveles educativos y diversas preferencias, porque el tema de fondo es la transparencia en la forma en que pensamos y no la apariencia que usamos para tratar de no meternos en problemas con alguien diferente.

Por supuesto que todavía hay segmentos de nuestra sociedad que siguen pensando y actuando como antes y eso está bien. Han sido unos años de muchos cambios y no es fácil abandonar códigos que eran compartidos hasta hace relativamente poco tiempo. Sin embargo, el reto para todos es no dejar a nadie atrás y convencer de que este presente es el que nos llevará a un futuro mejor, sin distinciones, ni disfraces.

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