Opinión

La estupidez inteligente: ¿por qué querer ser más listos nos está volviendo tontos?

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Foto: (Dreamstime)

Para leer con: “Standing in the Way of Control”, de Gossip

Un momento antes de protagonizar el fin del mundo, la especie humana tendrá claridad de sus prioridades. Entre ellas brotará la funcionalidad de su inteligencia como un post al cual darle like o seguir scrolleando.

El cociente intelectual de los humanos ha ido en aumento de manera constante desde las primeras mediciones serias que se hicieron en 1930, pero el año pasado la Universidad de Northwestern publicó un estudio conducido por Elizabeth M. Dworak en el que muestra una tendencia a la baja en algunas categorías de pruebas de inteligencia. Esto generó revuelo y más de uno que vio el reporte se preguntó si efectivamente estamos perdiendo inteligencia —o en términos llanos—, si nos estamos volviendo más estúpidos.

El estudio demuestra la disminución generalizada de inteligencia en las áreas de lógica, vocabulario y habilidades matemáticas, lo que frena de tajo el optimista “Efecto Flynn” que presume un incremento sostenido en la inteligencia de la población cada 10 años.

Sin que estos resultados indiquen necesariamente una disminución de la inteligencia en el ser humano, sino un descenso en el desempeño específico de estas pruebas, el resultado merece atención.

¿Qué nos hace inteligentes?

A los seres humanos y a los animales nos diferencia, no solo masticar con la boca abierta o cerrada, sino la capacidad que tenemos los humanos para generar pensamiento abstracto, además de la habilidad de acumular información y, sobre todo, desarrollar comunicación empática entre la especie.

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Si la especie se estuviera haciendo más inteligente, el entendimiento entre todos nosotros iría en aumento, por lo que serían muy raros los conflictos bélicos; la idea de bienestar común se plasmaría en mecanismos tangibles de redistribución de la riqueza y los niveles de empatía tendrían que estar al alza de manera palpable en todas las capas sociales.

De ser más inteligentes, uno de los signos inequívocos —con base en la empatía— sería poder aceptar abiertamente las críticas y procesarlas con madurez.

Habrá quienes consideren inútil la medición que hace la Universidad de Northwestern, incluso habrá a quienes resulte ocioso o alarmista el ejercicio. El valor del reporte puede verse reflejado en la resonancia que este tenga con la realidad:

¿Hemos disminuido la necesidad de resolver problemas complejos en la vida cotidiana?

¿Nos preocupamos más que antes?

¿Vivimos menos plenos?

¿Tenemos un estilo de vida más sedentario y con dietas industriales y menos saludables que impactan la química cerebral?

¿Nos vemos fácilmente expuestos a contaminantes e intoxicantes con efectos negativos a las funciones del cuerpo humano?

¿Los sistemas educativos en los que nos entrenamos son idóneos para incrementar la inteligencia y se refinan con el paso del tiempo?

¿Privilegiamos lecturas cortas y sumarios en lugar de textos que profundicen las ideas?

¿Tenemos una sobrecarga de información que fomenta la fácil distracción y la capacidad de concentración?

¿Contamos con espacios para llevar a cabo el pensamiento profundo y lo compartimos cotidianamente?

¿Dependemos cada vez más de dispositivos tecnológicos para realizar tareas y retos que antes desarrollábamos con nuestras capacidades intelectuales?

¿Sabemos con plena precisión a dónde dirigimos la vida?

Incluso en este debate del posible retroceso de la inteligencia se ha perdido perspectiva al confundir o ignorar el sentido de la sabiduría. Mientras la inteligencia refiere la capacidad de aprendizaje, entendimiento y raciocinio orientados a tomar decisiones y resolver desafíos, la sabiduría es más amplia porque implica una comprensión profunda de las personas y del contexto en la conexión y la aplicación de dicha inteligencia. Aquí hablamos de empatía, de introspección y reflexión, ya no solo del procesamiento de información.

El historiador Timothy Snyder dice que como ciudadanos de este planeta tendríamos que mostrar un compromiso existencial cotidiano. En la persecución de que los refrigeradores, los enchufes y hasta los anteojos sean inteligentes, puede que estemos perdiendo claridad de lo que deberíamos hacer con la inteligencia propia, en lugar de ciegamente cederla.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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