Familias completas alrededor de una computadora en el comedor de la casa. Nervios por lo que está a punto de suceder y la o él joven que se niegan a abrir el correo con la notificación sobre el resultado de su examen de admisión a la universidad. Estallido de alegría, mamás y papás que lloran y abrazan a sus hijas e hijos porque aseguraron un lugar para una licenciatura. Si las redes sociales son, en ocasiones, el archivo de lo peor de nosotros, en estos últimos días han levantado la moral de millones con estas escenas de superación en estado puro.
En México, y en muchos países de occidente, la escalera de ascenso social por antonomasia sigue siendo la educación. Prepararse académicamente es la ruta que siguen millones de jóvenes (y algunos no tanto) para desarrollarse, y también continúa siendo la mejor manera para atender las causas de problemas graves como la violencia y la falta de oportunidades.
Sin embargo, parte de la enorme emoción que despierta un resultado favorable, se debe a la limitada oferta de lugares en universidades públicas, y el costo para ingresar a una privada, que apartan cada año a miles de jóvenes de la posibilidad de estudiar un grado superior.
Y no es porque falten empleos para varias de las disciplinas con mayor demanda. Por ejemplo, con más de 13 mil puestos a la mano, el Instituto Mexicano del Seguro Social continúa buscando llenarlos con médicos para atender la demanda que existe en prácticamente todos los estados del país.
Apenas hace unos días, en un anuncio del que no hay precedente, los primeros ingenieros ferroviarios del Instituto Politécnico Nacional podrán aplicar sus conocimientos en un sistema ferroviario completamente nuevo, una oportunidad que solo se da una vez en varias generaciones.
Ingenieros en otros campos, arquitectos, especialistas en energía, abogados, entre muchos otros profesionistas tendrán un horizonte amplio en los próximos años gracias a la relocalización de cadenas productivas que se dará en México, particularmente en el cinturón de comercio internacional que está por arrancar en el Istmo de Tehuantepec. El llamado “nearshoring” pedirá mano de obra experimentada para cubrir necesidades industriales nunca vistas en el continente.
Sé que las críticas a la educación superior, como negocio y también como sistema de capacitación, son recurrentes y que muchos de los perfiles de éxito que se promocionan en las páginas de las secciones financieras son personas que decidieron abandonar la educación formal y probar suerte en el mundo real. Cada semana hay una o dos notas que afirman que las empresas contratan a nuevos empleados por su experiencia y no necesariamente por el título que obtuvieron. Algunas compañías incluso han tomado la decisión de establecer una universidad al interior para formar a los cuadros corporativos que le hacen falta a la empresa, bajo el argumento de que no los encuentran en el mercado laboral.
Difiero de esa estrategia, porque lo que se obtiene en la universidad en conocimientos, valores y aspectos formativos, es difícil encontrarlo en otro lugar diseñado por nuestra sociedad. La pregunta no es si la educación universitaria sirve, o no; la pregunta es si la capacidad con la que contamos es suficiente para ingresar a la mayoría que aspira a ingresar y cuenta con las calificaciones para hacerlo, pero no logra los dos o tres puntos que faltaron para superar el corte.
Una sociedad que tiene más jóvenes estudiando que en cualquier otro sitio, es una que está en el camino de la prosperidad. Basta con revisar la historia de países exitosos de Asia y algunos de Europa. Una parte de la crisis que podemos enfrentar en América del Norte son los obstáculos para crecer la matrícula universitaria pública y la deuda impagable que adquieren los estudiantes y sus familias cuando hipotecan su futuro para ir a una universidad privada.
De fondo, está la revaloración de la educación superior y sus tres mayores contribuciones a una nación: la generación de conocimiento; la oportunidad de un mejor futuro para quien se esfuerza y consigue graduarse, sin importar de dónde venga; y, tal vez, el más poderoso: la esperanza de una vida mejor.