“Sólo porque te has ofendido, no significa que estés en lo correcto”
Ricky Gervais
Los humanos habitamos un contexto tejido por varias dimensiones: una simbólica, la de las palabras, los números y los códigos; otra, imaginaria, con sus usos y costumbres, sus supuestos de orden y unidad, con sus expectativas de sentido; y la de lo real, esa dimensión se encuentra más allá de cualquier dimensión, no puede ser representada del todo, escapa a las primeras dos dimensiones. El cuerpo humano, si bien puede tener un referente en cada de una de estas dimensiones, es algo que va más allá de cualquier dimensión, no permite ser reducido, ni encasillado en alguna de ellas, ya que conlleva un elemento real puro. Lo podemos ver en lo real del nacimiento, en los marcadores genéticos y las enfermedades degenerativas, así como el irreversible paso del tiempo y la muerte.
Mientras que la realidad es una construcción con estructura de ficción a través de las dimensiones o registros de lo simbólico e imaginario, lo real es un registro duro, impenetrable y que insiste, –como lo ha planteado Jacques Lacan—siempre retorna al mismo lugar, lo que no se sabe es igual a lo que no se sabe.
Los deportistas de alto nivel, como lo son los profesionales y los atletas olímpicos, si bien entrenan con base en organizadores imaginarios y simbólicos: un plan de entrenamiento, un cierto tipo de alimentación y descansos intercalados, su quehacer involucra, en gran medida, a lo real del cuerpo. Por ello, su entrenamiento y legitimación para la competencia necesita de la valoración de ciertos parámetros de su organismo (que, por otro lado, y que bueno, siempre estarán abiertos a debate y modificación) a fin de garantizar la equidad, la salud y la protección de todas las y los competidores. Este procedimiento no es exclusivo del ámbito deportivo, también está presente para quien desea ingresar a los cuerpos de policía y al ejército, el servicio público, las carreras de aviación comercial, etc.
A partir del combate entre dos boxeadoras, Imane Khelif y Angela Carini, reproduzco un atinado comentario, no de cualquier persona, sino de un filósofo y artista marcial, Simone Regazzoni, que posteó en sus redes sociales, lo siguiente:
“Después de tan sólo 46 segundos, durante su combate de boxeo contra Imane Khelif, Angela Carini se vio obligada a retirarse de los Juegos Olímpicos, para los que se había entrenado durante cuatro años. Y ello, porque se decidió que predominara una ideología que de palabra se declara inclusiva, pero que cuando sale de los salones intelectuales y filosóficos para enfrentarse con lo real de los cuerpos y las hormonas, se revela profundamente injusta, incapaz de proteger la salud de las atletas y los principios de equidad deportiva. No se trata aquí de debatir sobre qué es una persona intersexual con cromosomas XY (así que no, no es en todos los elementos una mujer) que se identifica como mujer, sino de saber que, si dicha condición comprende altos niveles de testosterona, ello no es compatible ni con la salud de otras deportistas, ni con la equidad deportiva. ¿Por qué? Porque modifica radicalmente su fuerza, su morfología física y sus capacidades atléticas “que le permiten alcanzar un rendimiento fuera de serie” (Andrea Monti, “La Repubblica”). Por eso mismo, a causa de los niveles de testosterona en su organismo, la boxeadora argelina fue eliminada de los dos últimos Campeonatos Mundiales. Angela Carini tuvo que retirarse después de recibir un solo puñetazo, porque su rival golpeaba demasiado fuerte. Los intelectuales que nunca han dado o recibido un puñetazo probablemente ni lo entiendan ni estén interesados en entender, encerrados en la rancia ideología que plantea que la lengua lo determina todo. Falso. Los cuerpos y las hormonas existen, resisten a toda ideología, si el deporte no piensa asumir esta realidad innegable, las atletas lo pagarán en su piel”. (Simone Regazzoni , filósofo italiano, artista marcial)
Hoy, que las identidades están en crisis y en constante transformación (identidad de razas y personas, de referentes laborales, económicos y políticos, en general, de cómo vivir y sustentar una vida…) el deporte no se ha quedado atrás, mostrando que en ese ámbito también es necesario abrir el diálogo, claro, abierto y respetuoso —a pesar de los discursos que abanderan lo políticamente correcto, que, en gran medida y paradójicamente, al mismo tiempo que demandan apertura, pluralidad y, sobre todo respeto, ante la más mínima observación, se declaran estar ante discursos de odio y discriminación, imposibilitando así el diálogo— a fin de poder desarrollar nuevos lineamientos, más justos y seguros para todas las y los competidores, a fin de tener bases justas y sólidas que garanticen una buena competencia, tanto para los que ganen como para los que pierdan.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez