Para leer con: “Keep in the Dark”, de Temples
El futuro será uno en el que no se experimente dolor ni ansiedad, sin preocupaciones ni tristezas, según el filósofo inglés David Pearce.
Con todo el contrapeso cotidiano del presente (y para eso están los noticiarios) Pearce anticipa que ninguna de las emociones adversas será más fuerte que las positivas.
Para que esto pase, es necesario entender esta etapa histórica que vivimos, como una transición. Sufrimos porque nos relacionamos de una manera errónea con el mundo.
Por ejemplo, no conforme la camada de mesiánicos políticos (sin importar el partido o el sexenio) que insiste en afirmar lo contrario a lo que se confirma en la calle diariamente, es común padecer el brote de expertos en temas de tendencia, pero especializados en la desacreditación. Geopolíticos con especialidad en la cuenca del Donetsk y el Donbás amparados por la prestigiosa academia de Tik Tok.
Sociólogos criminales perfiladores de narcotraficantes y sus ligas con el gobierno; sabuesos incomprendidos por el reflector que dominan todo fenómeno de masas y el comportamiento de nuevas tendencias antes de siquiera brotar; médicos inmunólogos y predictores de nuevas pandemias y expertos en tratamientos preventivos y memes en WhatsApp.
Se trata del nuevo ciudadano de la razón pura. El mismo al que le han granizado tomatazos desde épocas kantianas y el mismo que sabe cómo se debe caminar, cómo tendrías que usar el tenedor y a qué subgénero pertenece la canción que estás por escuchar. El sabio de nada.
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Pero quien tiene cualquier supremacía, solo puede aspirar a ser príncipe de su soledad. No por su soberbia, sino por la energía que demanda su infinita vocación al pretender ilustrar a quien se deje.
Lo mejor de creer que siempre tienes razón es que ni siquiera viendo que te estás equivocando, hay espacio para la aceptación. No importa otra cosa, el punto es (creer) tener razón. Puedes estar alejando amistades y aniquilando la credibilidad.
El ego y la soberbia tienen el poder de entintar la mirada. Dejarse arrastrar por el ritmo de los meses y por lo que vaya saliendo al paso, si confirma tu interpretación del mundo, será una bandera de ideales.
Pero en el futuro de David Pearce las cosas serán diferentes. Él está seguro de que nuestros descendientes habitarán una realidad libre de dolor, sin resentimientos ni ansiedades, sin dolor ni sufrimiento, sin la necesidad de tener razón ni gritarla al mundo.
Pero como nos vamos a desesperar con la construcción de una ruta gradual hacia ese paraíso, habrá otra alternativa de acuerdo con Pearce: los avances tecnológicos traerán consigo el uso de farmacología ultraespecializada, nanotecnología, neurocirugía y mejoras genéticas de autoestimulación cerebral que mermarán el sufrimiento. Tal vez no lo hemos hecho consciente, pero ese camino pudo haber dado inicio ya, con el uso, por ejemplo, de la anestesia.
La especie humana tiene un añejo objetivo compartido y es acabar con el sufrimiento. Tal claridad lleva consigo el riesgo de parecer un juicio fácil, de esos que David Pearce critica, por lo que resulta pertinente preguntar si el ser cuenta con los recursos biológicos para llevar a cabo la empresa de acabar —o por lo menos lidiar— por sí mismo, con el dolor y el sufrimiento, independientemente de su ego.