Andrés Manuel López Obrador, AMLO. El todavía presidente de México es un personaje de impacto, de posiciones claras y bien definidas: no deja a nadie indiferente ante lo que dice y hace. Las reacciones que suscita también sirven para develar y evidenciar lo que siempre se ha sabido “¡Fuera máscaras! Son tiempos de definición” (AMLO) La política es asunto de todos y no de un grupo de elite.
Su gobierno –como él lo mencionó en múltiples ocasiones—es el resultado de un movimiento más grande que viene de lejos, conformado por mujeres y hombres con el deseo de transformar realmente al país, que él ha llamado a este período La cuarta transformación de la vida pública.
Desde el general Lázaro Cárdenas del Rio, que México no tenía un presidente de izquierda, con compromiso social, búsqueda de la estabilidad y justicia económica y laboral a todos los niveles. La lucha y el trabajo continuarán. La tensión entre la justicia y la injusticia no desaparece, hay quienes desean todo para sí sin importar los medios.
De los adversarios, si es que se les puede llamar así, nunca lo entendieron, ni tampoco se esforzaron mucho por hacerlo, su coraje es más simple, se basa en puro ego: les quitaron sus beneficios y no les dejaron robar a diestra y siniestra, hacer negocios a costa de los bienes de la nación y los recursos públicos, como otrora, los políticos de la simulación, les permitían. Su axiomática es tan flexible, pragmática y criminal que, si AMLO les hubiera dado todas las facilidades para seguir lucrando con los recursos de todos los mexicanos, le habrían quemado incienso, besado los pies y hoy estarían de pie aplaudiéndole.
Faltaron cosas por hacer, por supuesto. También se lograron muchas, sólo veamos los números en inversión y aumento de reservas de México, construcción en materia energética, transporte, seguridad, educación, salud… Durante seis años no se devaluó el peso, al contrario, se fortaleció, ni vimos el derroche faraónico del presidente, su esposa e hijos, junto a su gabinete, para luego venir a pedir de nuevo el voto. La gente se cansó de esa simulación. Por primera vez una gran mayoría de la población mexicana se sintió verdaderamente representada por el poder ejecutivo. Eso no es poca cosa.
La construcción de la transformación continúa. El arte de gobernar, como lo expresó Sigmund Freud, es, junto al de analizar y educar, un quehacer de lo imposible, precisamente porque nunca termina. Pero, por su parte, exige acciones concretas y no demagógicas, como la simulación democrática donde el conservadurismo deseaba instalarse en una república igualmente de simulación.
El entusiasmo y creatividad por la articulación de las diferencias, la justicia y la paz, son base de la formación de una patria que buscan contrarrestar el pensamiento único disfrazado de democracia, al que le fascina la violencia, la desestabilización y el desorden, en claro rechazo al diálogo respetuoso y los acuerdos, para poder ofrecer de manera, casi automática, la solución de lo imponente del conservadurismo y la dictadura, donde sólo unos cuantos lucran, mientras simulan que gobiernan.