La eficacia de todo sistema de videovigilancia requiere de la voluntad y cooperación ciudadana.
Surgidas en Europa y Estados Unidos a finales de la década de los 80, las primeras redes de cámaras de vigilancia (CCTV) fueron impulsadas por políticas de prevención situacional.
Diez años después, su uso en espacios públicos se consolidó ante la percepción de su eficacia para controlar la criminalidad urbana. En Europa, la expansión también se facilitó por la autorización a los municipios para implementar estas medidas.
En la Ciudad de México, el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) cuenta con más de 70 mil cámaras, y es ejemplo de cómo la tecnología puede mejorar la respuesta ante incidente.
Para maximizar su efectividad, no basta con lo último en tecnología. Es crucial que la población reporte actividades sospechosas y utilice de manera responsable las líneas de emergencia.
En países como Colombia, Estados Unidos, Reino Unido y Uruguay, de acuerdo con un análisis de la Campbell Collaboration, el uso de cámaras redujo 51 por ciento las tasas de robo de vehículos. En la Ciudad de México hay una baja de 71 por ciento en el robo de auto con violencia entre 2019 y 2024.
Además, la organización vecinal, el uso de aplicaciones de denuncia anónima y el correcto manejo de redes sociales son ejemplos de cómo la comunidad puede amplificar el impacto de la tecnología.
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La propuesta de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, de duplicar el número de cámaras en la capital nacional para llegar a 140 mil, demuestra la voluntad de ampliar el uso de herramientas tecnológicas con un sentido ciudadano.
No solo disuaden a delincuentes, estas herramientas contribuyen en investigaciones y proveen de elementos de prueba en procesos judiciales. Estudios de la Asociación Internacional de Jefes de Policía indican que el reporte en tiempo real puede aumentar la capacidad de respuesta hasta en un 20 por ciento.
La tecnología está disponible. Una mirada ciudadana la potencializa.