Mark Twain, probablemente uno de los mejores humoristas de la historia, definía el sentido del humor como la “bendición más grande de la humanidad”. A lo largo de su vida, como otros grandes pensadores, argumentó que la risa era una poderosa capacidad que nos hacía mejores personas.
Una de las grandes novelas del siglo pasado, “El nombre de la rosa” gira en torno a esa idea y, sin querer estropearle a nadie su lectura, Humberto Eco revela las cualidades de la risa y su enorme impacto en la construcción de sociedades libres y empoderadas. Recomiendo siempre su lectura, o una nueva vuelta a sus páginas, si ya tuvieron la oportunidad de disfrutarla.
Para la ciencia todavía es un misterio si otras especies son capaces de desarrollar un sentido del humor como el nuestro y reír a voluntad. Algunas teorías revaloran esta facultad y la ponen a la altura de la capacidad de organización, del lenguaje o de la narrativa. Lo cierto es que es una habilidad natural que ha tenido sus episodios destacados y ciertos periodos históricos en los que nos ha faltado un poco más de gracia.
Un debate muy poco simpático en los últimos años es el de los límites del humor en este cambio de época. Recordemos que México fue un país en el que se encarcelaban personas por contar ciertos chistes, como en el caso del gran Jesús Martínez “Palillo”; y que todavía en el pleno siglo XX se cancelaban programas de televisión porque su conductor bromeaba acerca de uno de nuestros próceres, como le sucedió a Manuel “loco” Valdéz. Irónicamente, el sentido del humor camina en muchas ocasiones al mismo paso que la censura.
Pero, ¿dónde está la frontera entre la broma y la falta de respeto? Si tuviéramos la oportunidad de preguntarle a George Carlin, un clásico estadounidense de la sátira, diría que la línea es difusa. O a Lenny Bruce, su compatriota y uno de los pioneros de la comedia que hoy conocemos, y que fue arrestado varias veces por chistes que, evidentemente, estaban fuera de lugar para su época (y puede ser que para cualquier otra).
Es posible que ahí esté la clave: el tiempo en el que las bromas tienen gracia. Hubo una época en la que se podía fumar en los aviones y había anuncios en los periódicos que promovían que los cigarrillos eran buenos para los bebés. Hoy, con la información que tenemos, nadie tomaría en serio que se propusiera que regresáramos a esos momentos; aunque es posible que alguien con talento hiciera una rutina cómica al respecto, pero por absurda y no por cierta.
En lo personal, apoyo la libertad de expresión aún en los casos en que su ejercicio se basa en el mal gusto, la hipocresía o hasta la intención de difamar. Sin embargo, también creo que el mejor humorismo siempre es el que permite hacer burla de nosotros mismos y no del otro, sobre todo si no puede defenderse de la misma manera. Escrito esto, afirmo que nada tiene de simpático una broma racista, ni una clasista, como tampoco la tiene una en contra de una mujer, a pesar de que todos los días circulen millones de chistes mal hechos sobre ello. Las libertades vienen con obligaciones y la manera ideal de encontrar el equilibrio es a través de la autorregulación y del buen criterio.
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Frente a los abusos cometidos por años, diferentes leyes han sido aprobadas para evitar y castigar actos de humillación o de vejación en contra de las personas solo por su género, condición o raza. Estas son herramientas útiles para una sociedad inteligente que busca una convivencia pacífica, en la que podamos reírnos de las contradicciones de la vida, pero no a costa del dolor ajeno. Ninguna guerra, crimen o tragedia, tienen algo de gracioso.
Los mismos científicos han investigado los enormes beneficios de reír y su impacto en nuestro organismo. Muchas de las mentes más brillantes de nuestra especie han recomendado la risa como una forma para evolucionar. Quien se toma las cosas demasiado en serio, tiende a enfermarse, porque parece que nuestro cuerpo responde favorablemente a la alegría.
Por lo pronto, me quedo con la frase que dijo el reverendo Martin Luther King sobre la risa: “Dios se alegra cuando nos regocijamos y reímos desde el fondo del corazón”. Con respeto e inteligencia, tratemos de echar varias carcajadas al día. Es por el bien de todas y de todos.