La celebración de Día de Muertos en México, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, no sólo es una tradición de coloridas ofrendas y símbolos de vida y muerte, sino una puerta hacia una cosmovisión única que comprende la muerte como una etapa natural de la existencia.
Los pueblos antiguos de Mesoamérica concebían a la muerte como parte de un ciclo que, lejos de significar una despedida final, era una transición hacia otra forma de existencia. Esta perspectiva otorga un profundo valor espiritual al reconocimiento de la muerte no como un final abrupto, sino como un paso más en la continuidad de la vida, en armonía con la naturaleza y los ciclos cósmicos que rigen el universo. La llegada de noviembre, que se celebra Día de Muertos, coincide con la apertura de un “portal” o punto de contacto entre los vivos y aquellos que han fallecido; una creencia que no sólo pertenece a México, sino que resonó en muchas otras culturas antiguas alrededor del mundo.
Esta época, en la que la naturaleza parece entrar en un periodo de reposo con el otoño, también sugiere un momento de conexión con el mundo espiritual. La percepción de los pueblos originarios señala que los familiares y amigos fallecidos vuelven temporalmente para estar cerca de sus seres queridos en el mundo de los vivos, recordándonos que la separación entre la vida y la muerte es un velo, y no una ruptura absoluta. En este sentido, la festividad no sólo honra a los muertos, sino que también nos invita a los vivos a reflexionar sobre nuestra propia existencia. La muerte, reconocida de esta manera, no es un concepto ajeno o temible, sino un recordatorio constante de que la vida es frágil y efímera, para vivir intensamente.
Esta tradición, que embellece la muerte con flores, velas y aromas, nos motiva a vivir el presente y a valorar cada momento, comprendiendo que la muerte no es un enemigo, sino el complemento de la vida misma. Desde esta perspectiva cada experiencia que vivimos se convierte entonces en algo invaluable, pues, al final, el verdadero mensaje del Día de Muertos es el aprecio profundo por la vida en este preciso instante, aquí y ahora. Por esto, en estos tiempos de celebrar a quienes ya partieron, estas fechas se convierten en una oportunidad no sólo para honrar a nuestros seres amados que ya no están físicamente, sino para reflexionar sobre nuestra relación con quienes aún caminan a nuestro lado.
Es un recordatorio de que la vida es breve y que lo verdaderamente importante es construir lazos sinceros y significativos. Si tenemos pendientes con quienes amamos, si nos falta expresar lo que sentimos o si aún no nos atrevemos a perseguir lo que realmente queremos, esta celebración nos invita a actuar. Así como los vivos ofrendan su amor y memoria a quienes ya no pueden responder, nosotros también podemos ver en esta festividad una llamada para vivir con menos temores, con el corazón abierto, reconociendo que, al igual que nuestros seres queridos fallecidos, un día seremos recuerdo en los altares. Observar la muerte con nuestra bella tradición, también es una invitación a decir lo que sentimos y a realizar aquello que tenemos pospuesto.
Aprovechemos esta atmósfera de reflexión y gratitud para acercarnos a los demás, cerrar pendientes y fortalecer nuestra conexión con los que queremos. Vivir con esta conciencia, tan cercana a la muerte, nos ayuda a valorar la presencia de quienes aún están aquí y nos da el impulso para vivir sin arrepentimientos, conscientes de que cada acto de amor, cada palabra y cada experiencia, cada toma de conciencia para hacer nuestra vida plena, pueden ser la verdadera ofrenda que dejemos en el mundo.