Opinión

¿Por qué tanta gente viste de negro?

¿Por qué tanta gente viste de negro?
¿Por qué tanta gente viste de negro? Foto: Pixabay

Para leer con: “Black Hole Sun”, de Soundgarden

Cada mañana, al salir a la calle, pareciera que asisto al mismo funeral en masa. No importa la esquina ni el elevador: el negro se ha apoderado de los armarios y ha teñido a la gente con un color uniforme y sin relieves.

Vestir un color —o la ausencia del mismo— expresa información, si es que no un estado de ánimo y hasta indicios de personalidad. Así se elige el negro, no solo por comodidad o por gusto, sino por ser el refugio más sencillo y confiable para esconderse de uno mismo y del otro. ¿En qué momento el negro, ese color radical que alguna vez significó resistencia, acabó siendo disfraz colectivo que empleamos sin recato y hasta con orgullo?

En una sociedad hipervisual, todos necesitamos camuflaje. El negro, que en algún momento fue color de las minorías, los presos y los poetas malditos, es ahora distintivo en pasarelas, bodas, cenas de gala y hasta en t-shirts de Silicon Valley.

En el siglo XX, punks y góticos hicieron del negro un estandarte; les permitía señalar a los demás su diferencia y su condición periférica. Ahora esa bandera se ha vuelto corbata y tirantes: se ha convertido en el escudo de quienes desean sumarse al flujo social, incluso si se es CEO de Apple o vocalista de The Killers.

Hay otro ingrediente al hurgar en esta búsqueda. La estética del menos es más se convirtió rápidamente en una religión que rechaza complejidad y colorido. Vestirse de negro responde a esa estética limpia y monolítica, una especie de culto al vacío, como si los humanos ya no estuvieran interesados en proyectar más que una sombra de lo que realmente son.

El minimalismo, ese ídolo de pies de barro (negro), prometió la paz interior sobre la base de la austeridad y la neutralidad, pero en el proceso de la copia y la unificación, puede que esté absorbiendo hasta un poco de sabor a la hora de portar un pantalón.

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No podemos dejar de lado el impacto de la agilidad, en tiempos en donde hasta leer esto debe hacerse de prisa (si es que se tiene tiempo para ello). Vivimos en la época del fast fashion, donde cada temporada perece antes de asentarse.

Con el perdón de Johnny Cash, Karl Lagerfeld, Joan Didion, de Yohji Yamamoto, de Anna Wintour y de Pep Guardiola, vestirse de negro representa el atajo que necesita nuestra era para salir de apuros. Es el color que siempre estará de moda, el color que no necesita validación, con el que vas a la segura en una primera cita o a un funeral.

El negro es práctico, cómodo y no llama la atención: tres cualidades esenciales en tiempos en los que no hay necesidad de arriesgarse a tomar una postura. Entre una de tantas lecturas de la psicología del color, existe la que atribuye al negro una identidad inherente a quien la porte: fuerza, sobriedad e impacto. Desde la aristocracia europea hasta Coco Chanel, el negro resultó ser un megáfono. Al menos en ese momento.

Pero en una realidad cada vez más uniforme y gris, vestirse de negro ya no es rebeldía, sino aparente ingenio. Uno se pone en modo oscuro y con soltura descalifica a cualquier peatón colorido pasado de listo o de moda.

Es como si el negro fuera el color de un acuerdo sutil para evitar importunar bajo el nuevo código (e interpretación) del estoicismo. Vestir de negro en este momento es una forma de decir “no me mires, no vale la pena”, o peor aún, “mírame, soy igual que tú”.

Así, el negro se ha convertido en el color de la uniformidad disfrazada de elegancia, en la máscara a modo para quienes renuncian, de manera casi ritual, a la posibilidad de desafiar su propia imagen.

Podría parecer que exagero —y seguramente lo estoy haciendo—, pero los colores, como los gestos y las palabras, son un lenguaje. Al renunciar a ellos, renunciamos a hablar. En un momento en el que protagonizamos la revolución más drástica en la historia de la civilización, se siente irónico ver oleadas de negro por la calle, a pesar también de escuchar discursos individualistas hasta en el colectivo.

De una u otra forma nos hemos vuelto una sociedad tan pareja como el color que predomina sobre unos jeans y tenis de moda. Incluso, el color ha dejado de importar, por lo que podemos anticipar que muy pronto los olores y las texturas pasarán por la misma línea de producción que lo hizo el Ford Modelo T. Negro, por cierto.

Vestirse de negro ya ni siquiera consiste en una estrategia o en un manifiesto, sino en una facilidad que acaricia el desgano de pensar o de combinar.

Quizá sea hora de romper el molde.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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