“Lo mejor acerca del futuro es que llega un día a la vez”, escribió Abraham Lincoln. Aprovechar el tiempo es muchas veces el mayor reto que tenemos, porque es un recurso tan valioso como inestable y una vez que transcurre es imposible recuperarlo.
Varias culturas consideran que no hay algo como llegar a tiempo: o se llega antes de la cita o se llega tarde. Lo ideal, de acuerdo con esas sociedades, es estar minutos antes, precisamente por que nadie puede anticipar lo que ocurrirá al minuto siguiente. Es posible que esa sea la fuente inagotable de tantas excusas cuando debemos disculparnos por nuestra tardanza.
Tener el hábito de la puntualidad es una demostración de respeto por los demás y de educación, por lo que involucra, que es nuestra propia vida. Nada irrita más que perder el tiempo o invertirlo sin sentido, aún para quien estar a la hora acordada sea irrelevante.
Cuando hablamos de mejores sociedades, hay dos momentos en el tiempo que son muy importantes, el que nos ayuda a prevenir que ocurra algo que nos afecte y el que nos permite estar justo en el momento donde se nos necesita y podemos hacer el mayor bien.
Dedicarle tiempo a la prevención es actuar antes de que las cosas malas sucedan y así poder evitarlas. Si actuamos cuando el daño ya ocurrió llegamos tarde; y si nada más reaccionamos, todavía peor, porque siempre iremos detrás de los acontecimientos.
Ninguno de nosotros tenemos una bola de cristal, pero cualquier tragedia puede aminorarse si estamos preparados y sabemos qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. La vida es impredecible, nuestra manera de prepararnos para ella, no. Esa es una responsabilidad de cada uno y de todos en conjunto.
Estar en el momento justo y en el lugar adecuado salva una vida, igual que permite superar un obstáculo. No es un don, ni materia de la suerte; es preparación y esa es la mejor manera de actuar. Como vecinos, como trabajadores, como personas activas en una comunidad, debemos dedicarle tiempo a estar preparados en lo individual y en lo colectivo. Prevenir, planear y saber reaccionar en el momento indicado son comportamientos vitales.
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Recordemos que vivimos en un planeta en el que somos huéspedes de lujo; una especie más que ha podido hacer un hogar y por eso no debemos creer que nuestra evolución es mejor que la de otros organismos.
Lo hemos visto en pandemias, desastres naturales y en accidentes de gran magnitud. Nunca puedes estar suficientemente advertido y menos seguro en un entorno que hemos alterado, a veces, sin darnos cuenta.
Pero una posición de liderazgo, esa que todas y todos podemos tener en nuestra familia y en nuestro vecindario, se construye valorando el tiempo para estar presentes y al pendiente. Respetando el tiempo de los otros y el propio para que nuestras horas y nuestros minutos estén al servicio de una convivencia bien organizada y de condiciones de vida que hagan que la mayoría se encuentre protegida, incluso en medio de un evento desastroso.
Tal vez no haya nada peor que perder energía personal en cosas que no nos benefician. Sin embargo, existen pocas sensaciones tan plenas como saber que estás haciendo algo relevante con los días y con las horas que tienes disponibles.
Y esto mismo que va para las personas, también va para cualquier institución que hemos formado. Prevenir y actuar a tiempo es la base de cualquier acción pública o privada que tiene éxito, porque detrás de ella hay una estrategia, un plan y la anticipación suficiente. Saber qué hacer después de esa prevención y no perder ni un segundo es lo que logra que una sociedad sea inteligente y sensible.
Con una preocupante regularidad, la naturaleza toma aquello que le hemos quitado y se impone a todos los avances tecnológicos que hemos logrado desarrollar. El último meteoro que azotó a la comunidad de Valencia, España, es una prueba más de que el cambio climático es una realidad incuestionable, como también lo es la mala prevención y planeación urbana que se ha hecho en zonas que antes eran vías de agua y en las que se decidió construir por negocio, ignorando la historia de esos sitios y los datos científicos que, de ponerles atención, ahorrarían muchos de los estragos de un desastre que deberíamos dejar de llamar “natural” y sustituir su definición de origen por desastre “humano”.