“Nuestra identidad se define por las decisiones que realizamos. Elijo, luego existo”, Jorge Forbes.
La vida no es algo que se supera, sino que se transita, experimenta e inventa. Los humanos estamos condenados a la libertad: a realizar algo nuevo y diferente de aquello que nos ha ocurrido. Esa es la opción que tenemos de cambiar el destino aparentemente marcado, la historia, dar giros inesperados.
A pesar de que nuestra vida transcurre entre dos imposibles: no pedir nacer y no poder hacer nada –hasta el nuevo anuncio tecnológico—para no morir, nuestra vida dista mucho de ser una simple sucesión o acumulación de eventos, sino que ella es algo enigmático que, a cada momento, puede reiniciar, mutar, cambiar, ser inventada.
Desde los primeros momentos a nuestro nacimiento, incluso desde mucho antes, nuestra existencia es algo que nos precede, al menos en las expectativas de aquellos que nos han convocado al mundo. Siendo ellos también —nuestros padres o aquellos que hayan cumplido esa función— quienes al darnos un nombre nos han “cargado” de ideas, imágenes y expectativas de lo que seremos, moldeado así nuestra identidad, dándole cuerpo y forma a nuestra personalidad, haciéndonos creer por momentos que efectivamente somos todo eso que nos han dicho, hasta el momento en que surjan experiencias en la vida que reclamen de nosotros una posición singularizada, diferente a lo que se espera de nosotros. Iniciándose así un camino propio, singular, que como dice el poeta, no hay camino, se hace camino al andar.
Si la identidad se define por las decisiones que realizamos entonces se trata de un acto marcado por la apuesta, por la resonancia creativa de las palabras y acciones que buscan realizar lo aún no realizado, alcanzar un imposible para cada persona. En eso podemos encontrar una cierta clave de “superación” personal, la más singular de todas, diferente de la posición ingenua de algunas psicologías positivas, en la realización de algo singular, inédito para cada persona, más allá de la mera comparación y competencia en masa con los demás, se trataría más bien de la realización propia a través de un elemento diferenciador, marcado por el deseo que se ha singularizado, eso que descubrió Freud, que siempre resiste a cualquier sueño totalitario y de uniformidad, donde cada quien puede conquistar una posición singular en la cual estar feliz y en paz en la propia piel.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez