Opinión

Envejecer con dignidad en el siglo XXI

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Foto: (Especial)

Para leer mientras escuchas: “A Quiet Life”, de Teho Teardo, Blixa Bargeld

Comencemos por imaginar a una persona que, después de dedicar una vida a su trabajo, se encuentra a los 75 años intentando comprender una realidad que la ha dejado atrás.

Vive en los suburbios de la ciudad donde las campanadas de las notificaciones de los celulares contrastan con el silencio de su soledad. Su pensión apenas cubre los gastos básicos, sus hijos viven atrapados en sus propias rutinas y los espacios públicos parecen estar diseñados para excluirla. Esta persona, a quien nadie mira, es el retrato vivo de un problema a todos se acerca.

Aquí se idolatra la juventud como si fuera una religión. Lo vemos en campañas publicitarias, canciones, anuncios de exteriores y en algoritmos de redes sociales que premian lo fresco, lo nuevo y lo vibrante. Pero, ¿qué sucede cuando quien fue joven, en un parpadeo envejece y los ojos del mercado lo ignoran? Hay muchas maneras de leer la vejez y una de ellas es la pérdida generalizada: de ingresos, salud, memoria y hasta de relevancia.

En México, en 2020, el 41% de la población de 65 años o más tenía carencias en acceso a la seguridad social (Coneval). El gobierno implementó programas de pensiones para adultos mayores, pero parece que estos esfuerzos son insuficientes frente al envejecimiento acelerado de la población y la visión de corto plazo que obra sobre los mismos.

En 2050, una de cada cuatro personas será mayor de 60 años (INAPAM). ¿Cómo vamos a atender a una generación que enfrenta un sistema de salud abandonado, unas pensiones que solo representan una ayuda marginal y una infraestructura urbana abiertamente hostil?

Así como ves te verás

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El problema trasciende lo material. El proceso natural de acumular años en el siglo XXI se enfrenta a una nueva barrera: el abismo tecnológico. Pedir una cita médica, pagar una factura o incluso socializar depende de tener un smartphone y saber usarlo; las generaciones mayores simplemente quedan fuera. El tema ya no es de accesibilidad, sino de dignidad. ¿Cómo podemos olvidar a los que tienen la edad que pronto tendremos?

El desafío es enorme, pero no imposible. Países como Japón y Dinamarca ofrecen luz al respecto. En Japón, por ejemplo, las empresas contratan a personas mayores para combatir la soledad y aprovechar su experiencia. En Dinamarca, las viviendas intergeneracionales están reinventando la convivencia, creando espacios donde jóvenes y mayores coexisten y colaboran en tareas cotidianas.

Tenemos ventanas de oportunidad para adelantarnos al colapso. Vale repensar nuestras ciudades, nuestros sistemas de salud y nuestra economía desde una perspectiva inclusiva. No es tan complejo imaginar un país donde los espacios públicos estén diseñados para todos, donde la tecnología no sea un obstáculo, sino un puente, y donde la experiencia de las generaciones mayores sea valorada como un recurso y no como un estorbo.

Envejecer con dignidad no es un privilegio, es un derecho. Ignorarlo no solo es cruel, sino profundamente miope, porque el futuro que diseñamos para ellos es, inevitablemente, el futuro que nos espera a todos.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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