Thomas Mann, uno de los grandes escritores del siglo pasado, escribió que “con el tiempo, es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil”. Perseguir la verdad debe ser un ejercicio constante como ciudadanos, porque pocas cosas pueden hacernos más daño que fundamentar lo que pensamos y lo que creemos en falsedades.
Pero la verdad es una característica difícil de adoptar en la vida cotidiana, debido a que no puede manipularse y en la mayoría de las ocasiones no se ajusta a nuestros deseos, sino a los hechos. Una de nuestras mejores habilidades es contarnos historias para tratar de comprender la complejidad de la vida y, en casi todas, incluso las basadas en hechos reales, la ficción tiende a imponerse para que logremos comprender situaciones que nunca son sencillas cuando ocurren de verdad.
Explicar bien lo que sucede es un requisito para construir una sociedad inteligente, por más difícil que sea para aquellos que vamos a recibir la explicación. Hemos visto el deterioro que provoca la desinformación y las mentiras en nuestras comunidades, simplemente porque su objetivo es dividirnos y enfrentarnos, cuando puede no haber ninguna razón válida para ello.
Es importante recordar que, por encima de nuestras opiniones, la realidad surge tarde o temprano y revela nuestras acciones u omisiones para resolver o complicar esos mismos retos. Es posible que Mann se refiriera a ello con su cita para prevenir acerca de esas mentiras que nos contamos en ocasiones para no enfrentar nuestros problemas o tratar de justificar algunas elecciones que hacemos. De alguna forma, el autoengaño es la vía corta para pretender que no tenemos la obligación de conducirnos de manera corresponsable; por el contrario, la autorregulación es la manera en la que mejoramos conductas y comportamientos que sabemos que no ayudan a nadie, porque en la realidad que vivimos siempre habrá consecuencias.
Por eso es de suma importancia tener los pies puestos en la tierra y asumir que este mundo, en cualquiera de sus épocas y de sus cambios, es de verdades por más dolorosas que estás sean. Un entorno de mentiras hace que la confianza común e individual se destrocen. Si hubiera un indicador que sumar al estudio de las naciones debería ser el nivel de confianza que la gente tiene en su sociedad y en si mismos. No es un tema de percepción ni de esperanza, sino de la idea común que tenemos sobre el futuro que deseamos y lo que hacemos para alcanzarlo en conjunto.
Un hecho social, por ejemplo, es la apatía en la que podemos instalarnos cuando se nos demanda participar en asuntos comunes. Hemos mejorado bastante como sociedad, pero todavía estamos lejos de lograr una cultura de la corresponsabilidad en la que cada quien hace lo que le toca para contribuir a mejorar las condiciones de vida de la mayoría.
Si pudiéramos identificar una de las mentiras sociales más arraigadas entre nosotros es la de que alguien más solucionará nuestros conflictos, o peor, que es responsabilidad de autoridades o de instituciones. Ninguna sociedad inteligente que prospera asume que la persona de al lado hará lo que nosotros no estamos dispuestos para vivir tranquilos. Eso es falso.
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El mayor valor de la verdad es la de descubrir los hechos como sucedieron y a las personas como actuaron en esos momentos. Relacionarla con dar luz en la oscuridad no es una metáfora, sino una adecuada descripción acerca de lo que hace por nosotros. Sin embargo, para poder vivir con verdad, debemos ser conscientes de que ésta es objetiva y no permite interpretaciones que aminoren los errores o eleven los aciertos. El poder de la narrativa reside en contar las cosas a nuestro gusto; la verdad es una sola y hay que reconocerla y, en su caso, enmendar hacia delante.
Confío en que vamos por el camino de la verdad social, esa que nos permite vernos objetivamente con nuestras carencias y nuestras virtudes. Eso es madurez y lleva tiempo para alcanzarla, porque preferimos tener una imagen, personal y en comunidad, que refleje las mejores características y oculte un poco los defectos.
Reconocer quiénes somos y dónde están nuestros límites es un ejercicio de consciencia que ayuda a crecer como individuos. Hacerlo como parte de una sociedad fortalece el tejido de las comunidades y construye entornos activos, pacíficos, en donde el respeto y la armonía son la regla. Vivir con verdad es aceptar que no hay nada perfecto, pero que no debemos abandonar nunca el ideal de llegar a la mejor versión de nosotros como legado para quienes nos siguen.