Inicia una nueva edición de ese periodo marcado por ciertos excesos que es el llamado “puente Guadalupe-Reyes”, que para muchos es un desafío para comprobar qué tanto pueden beber, comer y festejar durante casi un mes, mientras que para la mayoría representa problemas cívicos que podríamos ahorrarnos.
Con los años he podido comprobar que la diversión no está peleada con la responsabilidad. Se disfruta igual si hacemos lo correcto, que si somos la noticia de la temporada porque perdimos la cordura en la fiesta de fin de año de la oficina o en la posada familiar. Todo el secreto está en moderarnos y en pensar que nuestros actos siempre tienen consecuencias.
No hay nada peor que vivir una mala experiencia cuando debería suceder lo contrario. Un accidente el día de nuestro cumpleaños, una noticia desagradable justo cuando recibimos el ascenso profesional que buscábamos, la pérdida de una persona querida mientras estamos de vacaciones, son momentos por los que nadie desea pasar.
Imaginemos todos esos malos tragos que podríamos evitar si decidimos que durante este conocido puente no beberemos en exceso y, bajo ninguna circunstancia, buscaremos conducir un vehículo. Pensemos en los momentos incómodos que podríamos prevenir si no abusamos de la fiesta estos quince días y regresamos sanos y salvos a nuestros hogares.
La vista de un accidente grave cuando la decoración de luces y letreros con buenos deseos para el siguiente año está en cada esquina es una de las mayores incongruencias ciudadanas que podemos experimentar.
Por eso cada año vale la pena insistir en que el alcohol se acumula en la sangre y no en el estómago, dejando cualquier remedio de la sabiduría convencional (hielos en salva sea la parte, café caliente sin azúcar, “entablarse” con la misma bebida por horas) en la más auténtica superchería. Si bebemos -y no nos hidratamos- por varias horas, la borrachera está garantizada.
Tampoco existe algo como alcohol “fuerte”. El componente es el mismo, sea cerveza o un destilado en las rocas y su incorporación al torrente sanguíneo sigue la misma ruta. Comenzar la tarde con una supuesta bebida con menor graduación es un mito. Sumarle varias es llamar a la puerta del riesgo y, por lo general, es la tragedia la que abre.
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Casos de violencia entre ciudadanos “pacíficos”, choques graves por abuso en el consumo de alcohol, enfermedades que se complican hasta el ingreso al hospital por comer demasiado lo que no debemos son la constante en la parte del año en el que estamos, supuestamente, conviviendo en paz y armonía.
Para quienes han llegado a este punto del artículo y se han convencido de que cada año debe haber un aguafiestas, reflexionen sobre estas palabras. Aquellos que vivieron lo contrario a la moderación, tardan mucho en recuperar el espíritu navideño, si es que lo logran del todo.
Muchos de los accidentes, las faltas administrativas, varios delitos, tienen aumentos estacionales en la temporada navideña. Uno de los que más nos deberían impactar son las denominadas “lesiones culposas por arma de fuego”, que son los daños que provoca el jugar con uno de estos artefactos durante la fiesta, o peor, cuando un menor de edad piensa que es buena idea hacerlo con otros niños porque eso es lo que ve en los adultos.
Disparar al aire (como ha circulado en varios videos ahora que los finalistas del campeonato nacional de futbol soccer se definieron) también es una práctica errónea para cualquier jolgorio, porque desafía una ley de la física que establece que todo lo que sube tiende a bajar y por eso tenemos casos trágicos de personas que mueren por la caída de un proyectil.
Qué decir de los choques “lamineros” y de los múltiples enfrentamientos entre automovilistas que se atribuyen al peor tráfico que podemos vivir en doce meses. A veces no sé cómo podemos agredirnos con tal fiereza en el trayecto a dar un abrazo o desear lo mejor para el año siguiente.
Tal vez ocurre porque es justo en esta temporada en la que los mensajes de cordialidad se multiplican (igual que los de las compras) y nos invade una falsa idea de que estas semanas tendrán la civilidad que no priva en el resto de los meses.
Vienen las vacaciones y gozaremos (espero) de los hijos y de los nietos en casa. En familia podríamos hablar sobre estos temas y establecer límites para que nadie se ponga en riesgo y ponga en riesgo a los demás.
La conducta que reforcemos en casa puede extenderse a la que asumimos en la calle y hacer del respeto y la cordialidad los auténticos propósitos cumplidos en el puente, antes de que debamos mirar hacia atrás y observar que no pudimos llevar a cabo los del año pasado y ya estamos pensando en la lista a no hacer del próximo.
Una mejor convivencia social es posible. Hay muchos ejemplos y, aunque sea difícil de leer, hemos avanzando como sociedad hacia formas de paz que reduzcan la violencia en nuestras comunidades. Sin embargo, falta camino por recorrer y este es un esfuerzo que no puede detenerse nunca, porque como sucede cuando nos subimos a una bicicleta, dejar de pedalear hará que nos caigamos.
Y caer es un lujo que no podemos darnos como ciudadanos. La mayoría no lo merece y quienes piensan perder la consciencia lo más que se pueda en este nuevo “Guadalupe-Reyes”, tampoco. Actuemos con corresponsabilidad y hagamos lo que nos toca para que esta sea una temporada de felicidad, de calma y de buenos momentos.