Un principio fundamental que reina en todo el mundo y sobre el cual se sostiene la convivencia entre personas y naciones es el respeto. Es una virtud que trasciende fronteras y culturas, que no se exige ni se regala, sino que se construye y se gana a través de acciones, valores y un compromiso inquebrantable con la dignidad propia y ajena. Cuando la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, señala que los mexicanos y México deben ser respetados tanto dentro como fuera de nuestro territorio, toca una fibra esencial de nuestra identidad nacional y nuestra relación con el mundo. Por eso una de las frases más recordada y usada es la de Benito Juarez: “El respeto al derecho ajeno, es la paz”.
Sin embargo, el respeto hacia una nación no se basa únicamente en su poderío económico o militar, sino en la integridad de su gente, en la fortaleza de sus instituciones y en el cumplimiento de sus compromisos internacionales.
En la historia reciente, hemos visto ejemplos claros de naciones que han logrado ganarse un lugar destacado en el escenario global gracias a su coherencia ética y su capacidad para actuar con firmeza. Finlandia, por ejemplo, se ha convertido en un referente mundial en educación y sostenibilidad, valores que le han granjeado respeto y admiración en todo el mundo.
No obstante, el respeto también se pierde fácilmente. Los escándalos de corrupción, la agobiante inseguridad que cobra la vida de más de 80 mexicanos cada día, la impunidad o el trato indigno hacia ciertos sectores de la población son factores que erosionan la percepción internacional y la autoestima nacional. México, un país rico en cultura y recursos, enfrenta el desafío de superar estos obstáculos y proyectar una imagen de solidez y dignidad.
Para que los mexicanos y nuestro país sean respetados, es imprescindible que comencemos por respetarnos a nosotros mismos. Esto implica combatir las prácticas que nos deshonran, como la discriminación, la corrupción y la violencia. Además, nuestras autoridades deben actuar con integridad y cumplir sus compromisos internacionales, siendo ejemplo de transparencia y responsabilidad.
La solicitud de la presidenta Sheinbaum no debería quedarse en un discurso bienintencionado. Ojalá fuera un llamado a la acción para todos, tanto para los ciudadanos como pára las instituciones. Construir el respeto que merecemos requiere esfuerzo colectivo, coherencia y un profundo compromiso con los que queremos reflejar al mundo.