Opinión

Columna Itinerante: Desear lo que no se tiene, querer lo que se tiene

De acuerdo a Clara Tahoces, el vuelo en los sueños habla del deseo de sublimarse
| (Jokassis/Pexels)

El deseo, en el humano, es la marca de la falta. Se desea, en principio, aquello que no se tiene y quisiera poseer. No porque se sepa muy bien qué es lo que se desea cuando se desea, da lo mismo colocar cualquier razón, no es suficiente para explicar, si se pudiera decir por qué se desea lo que se desea entonces no sería un deseo, por lo tanto, todo deseo es siempre enigmático, misterioso. Por otro lado, todo deseo es, en última instancia, deseo de nada –decía, y con razón, Jacques Lacan, apunta a un vacío. Esto se puede apreciar en la experiencia más simple: el deseo nunca se satisface, siempre se desplaza en nuevos cosas y personas, metonimia errante. Lo que hace la diferencia en la vida es la forma en que cada persona se coloca ante sus deseos.

Un deseo parte precisamente de una falla estructural en el ser humano: no somos seres naturales. A pesar de que nuestro organismo cuenta con una base celular —nacemos, nos desarrollamos y moriremos— la vida humana es una vida artificial y subjetiva. Es decir, nuestros pensamientos, sensaciones, conductas y afectos, no responden a un patrón instintivo, sino a otra cosa que no tiene nombre. Y que, de alguna manera, intentamos dar sentido a través de imágenes y palabras. La palabra deseo proviene de estrella (e-sidus, sidere) y hace referencia a las estrellas que los soldados observaban en la noche a la espera de los compañeros que regresaran del frente de batalla.

Es en dicha coyuntura de la falta estructural, misma que permite la humanización de cada persona, que el deseo se inscribe en la vida, y que, en cierta forma, para la lógica del mercado, constituye algo a ser explotado: dar la ilusión de que ese nuevo objeto es el que finalmente vendrá a colmar las ansias que porta cada deseo. Sin embargo, dicha promesa del “último grito de la moda” nunca se cumple del todo, ya que cada objeto, por más nuevo que sea, cuenta en sí con la posibilidad del encanto, sobre todo cuando no se tiene obviamente, y su fracaso. Movimientos necesarios que logran empujar al comprador a buscar el siguiente nuevo-flamante-objeto, que, lo mismo que buscará seducir ya tiene fecha de caducidad, en un ciclo interminable, que revela lo mismo esperanza y caída, ilusión de llenado, reiteración de la frustración. En se sentido, los objetos que se ofrecen para el consumo son siempre objetos en serie, por consiguiente, intercambiables, desechables. El clásico ejemplo de ver con cierto encanto una prenda en la vitrina a comprarla y, verla transformarse habiéndola usado por primera vez.

Como ya lo hemos dicho, desear lo que no se tiene es justamente la marca del deseo, sin embargo, y he ahí la novedad que advierte la clínica psicoanalítica, es que al advertir dicha falla estructural, misma que posibilita el deseo, permite no “caer” (fall in love) en el truco fácil del mercado de creer que “es este el objeto que usted está buscando, con el que no se sentirá solo, triste, vacío…” modificando la posición respecto a dicho vacío estructural, como algo que es motor de la vida y jamás se colma, que más que apreciarse como tristeza, pérdida que debe ser reparada lo más pronto posible, algo irrefrenable a ser satisfecho lo más pronto posible, constituye un trampolín, una plataforma para nuevas experiencias y exploraciones, no tanto de consumo, sino de creación, que de alguna manera inauguran un tiempo nuevo: el de querer lo que se tiene, no porque se consume, sino porque se ha creado, conquistado por diferentes vías que no son las del objeto en serie que puede ser sustituido por cualquier otro, sino que cuentan con una cualidad única, vía el amor, de ser objetos y personas, insustituibles, irremplazables.

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