Opinión

El mercado de la paz interior

El mercado de la paz interior
Foto: Pixabay

Para leer mientras escuchas: “Sometimes I’m Happy”, de Nat King Cole

Vivimos tiempos en los que la salud no solo se procura, se consume. Saturados de estímulos, expectativas y demandas, la industria del bienestar dio tres pasos al frente como una promesa de equilibrio: mindfulness guiado por aplicaciones, dietas con nombres de patente, micro rutinas de ejercicio diseñadas para moverte lo menos posible, suplementos que aseguran una existencia libre de toxinas y colecciones de lifehacks en videos cortos viralizados, a falta de un solo eje personal. La paradoja es contundente: para alcanzar la paz interior, hay que gastar.

El capitalismo, con su insuperable capacidad de adaptación, transformó el bienestar en una mercancía. Antes, la salud era un estado, ya sea físico o mental; hoy es un estatus.

No basta con estar en forma: hay que demostrarlo con relojes inteligentes que monitorizan cada pulsación, smoothies que certifican el esfuerzo y retiros espirituales en la aldea WiFi de tu preferencia para compartir una aparente desconexión. La tranquilidad no es más una conquista silenciosa sino una pasarela de logros.

Hay gurús del bienestar que han entendido muy bien la lógica del mercado (y no hablamos aquí de política). Sus mensajes combinan la espiritualidad con la venta agresiva: lo esencial no es lo que eres, sino lo que me compras para serlo.

La antigua búsqueda de sentido es sustituida por suscripciones a experiencias holísticas. Si alguna vez el yoga fue una práctica para la introspección, hoy es un paquete de leggings y mats ecológicos con logos por todas partes a precios de boutique.

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Otra vez, la paradoja: la ansiedad de vivir en un mundo hipercompetitivo se alivia con cursos que te enseñan a sobrellevar la ansiedad de vivir en un mundo hipercompetitivo.

Pero ¿qué dice todo esto de la condición humana actual? La proliferación de estos productos y servicios no solo habla del ingenio del mercado, sino de la guerra silenciosa que hemos declarado contra nuestro propio entorno.

Buscamos refugio del mundo en el mismo mundo que nos enferma. Contaminamos el ambiente sin tregua, nos reportan una mala calidad del aire, así que vendemos oxígeno enlatado.

La comida es ultraprocesada, pero hay suplementos que prometen desintoxicarte. La tecnología nos tiene hechos zombis hiperconectados, pero la solución es otra aplicación que nos recuerda respirar y estar presentes.

Dos tipos de bienestar

Hay una distinción relevante en todo esto: el bienestar hedónico y el bienestar genuino son dos tipos de metas vitales con resultados contrastantes.

El primero consiste en tratar de satisfacer el placer inmediato gobernado por las ventanas sensoriales: disfrutar una buena cena, recibir un elogio o comprar algo apetecible.

Estos momentos pueden resultar agradables y no hay problema con ello, pero son pasajeros y cuando desaparecen, se experimenta la necesidad de redoblar su búsqueda y aderezarla con neurosis y ansiedad para seguir sintiéndonos “bien”.

La segunda alternativa, el bienestar genuino, no depende de circunstancias externas, sino de la relación que uno mantiene con el mundo: la sincronía entre la mente y el cuerpo; la sabiduría con la que se integra la realidad al sistema personal y la comprensión de la manera en que las cosas son (y no así, las interpretamos).

El problema grave es que por hábito y condicionamientos culturales y sociales, confundimos la naturaleza del bienestar que constantemente perseguimos: vamos tras el hedónico pensando que nos dará los resultados del genuino y así se origina una espiral ascendente de insatisfacción.

La solución que no soluciona nada

Lo más extraño de este boom del bienestar es que ni siquiera responde a un símil de esta búsqueda genuina de felicidad, sino a la necesidad de reparar un estratégico sistema que no deja de rompernos. La solución está diseñada para no solucionar nada.

No es casual que las prácticas de bienestar sean impulsadas con más fervor en las mismas sociedades que imponen jornadas laborales interminables, racismo y odio en las calles y niveles de estrés insostenibles. Se nos ofrece la cura para la enfermedad que nadie quiere erradicar.

El boom del bienestar es un eco de su propia contradicción: un mercado que crece vendiendo paz a quienes se angustian por no alcanzarla.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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