Hubo una vez, hace ya algunos años, una pequeña niña que ayudaba a su tía Josefina en la finca el Atotol, allá en Veracruz. Desde pequeña aprendió a cultivar café y plátano. Pero esta niña no vivía en la finca: ella era del pueblo de Alto Lucero, en la parte central del estado, así que todos los días iba en el caballo cargado de costales y emprendía el regreso a casa.
Puedo imaginar que el camino era largo y aburrido, así que la chiquilla gustaba de cantar para alegrar su jornada. Ahí se dio cuenta que no lo hacía nada mal.
Esta niña güerita era muy querida por todos. Su nombre lo puedes imaginar: Francisca Viveros Barradas, conocida por todos como Paquita.
Paquita nunca imaginó lo que la vida le depararía. Entró a la escuela a los 10 años, y cuando iba en cuarto de primaria tuvo que cantar enfrente del cura de la iglesia. Se le ocurrió interpretar “Plato de Segunda Mesa”. Todos quedaron maravillados con su estilo.
Pero la vida en Alto Lucero no era nada sencilla: a los 15 años entró a trabajar al Registro Civil de la localidad. Un hombre la veía pasar todos los días y la saludaba con un “adiós güerita”, hasta que la conquistó a pesar de tener 18 años más que ella. Una relación que fue tormentosa ya que aquel hombre era casado, pero de la que nacieron dos niños: Javier e Iván Miguel.
Un día decidió que ya estaba harta de esa vida, le pidió a su mamá que le cuidara a sus hijos y se vino a la Ciudad de México. Buscaba una oportunidad y vaya que la encontraría.
La Ciudad de México de los años 70 era una urbe desconocida para Paquita, que nunca había salido de Veracruz. A través de varios amigos consiguió trabajo en la avenida de los Insurgentes, en un restaurante con su Tío Plácido. Le daban oportunidad de hacer variedades para ganar dinero con las propinas cuando se encontró con el que iba a ser el amor de su vida: Alfonso.
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Alfonso aceptó a Francisca con sus dos hijos que había dejado en Alto Lucero y los trajo a la Ciudad de México. También su hermana Viola se fue a vivir con ellos y en esta época de estabilidad formaron el dueto “Las Golondrinas” y grabaron un disco que no tuvo mucho éxito.
Para ganar dinero, Alfonso comenzó un negocio con ella, ya que tenía conocimiento de comidas y banquetes. Este negocio le daría la oportunidad de ser muy conocida y que le daría el nombre con el que todos la conocemos: Paquita la del Barrio. Nuestra querida Paquita, nuestra eterna Paquita. El resto es historia.
Muchas líneas se han escrito sobre Paquita la del Barrio estos días. Pero a mí me gusta pensar en ella como acabo de contarles, una mujer que logró su éxito con mucho sacrificio, más allá de los reflectores y de la fama.
Su trascendencia en la música mexicana es innegable y deja un legado de canciones que seguiremos cantando por mucho, mucho tiempo. Mi admiración por una mujer que fue pionera en muchos sentidos y que se ganó a pulso el cariño de todo un país. Hasta siempre, Paquita. Todos te recordaremos con mucho cariño.