Opinión

Europa, México y Canadá: entre Trump, la guerra y la supervivencia

La presidenta convoca a una manifestación nacional contra los aranceles
México (Cortesía)

800 mil millones de euros. Esa es la cifra que la presidenta de la Comisión Europea quiere invertir ahora mismo. ¿El objetivo? Romper sus propios límites de gasto y déficit, porque la vieja idea de la austeridad ya no alcanza. Pero ojo, no es solo para inyectar dinero en la economía o reactivar el mercado interno: una parte importante de ese dinero tiene un destino mucho más claro y urgente: rearmarse. Porque la sensación en Bruselas es que el enemigo está cada vez más cerca.

Y ese enemigo, al menos para Europa, no es solo Rusia o China, sino también —cada vez más— Estados Unidos. Una idea que resuena también en México y Canadá, donde las medidas que está tomando Donald Trump empiezan a percibirse como amenazas directas. Lo curioso es que, en el fondo, lo que busca Estados Unidos es exactamente lo mismo que hacen China, Rusia o incluso India: fabricar más dentro de casa, mover su propia economía y después vender al mundo.

Ahí está el caso de Honor, la gigante tecnológica china, que acaba de anunciar una inversión de 10 mil millones de dólares para desarrollar productos dentro de China y después exportarlos al resto del mundo. Trump quiere algo similar, pero a su estilo: usando aranceles, presiones diplomáticas y una buena dosis de populismo económico.

El problema es que esa estrategia de “traer de vuelta a las fábricas” golpea directamente a socios como México y Canadá, que habían logrado captar inversiones gracias al Tratado de Libre Comercio. México, por ejemplo, destina el 80% de sus exportaciones a Estados Unidos. Así que el nuevo arancel del 25%, que entra en vigor este mismo 4 de marzo, es básicamente una bomba de tiempo para la economía mexicana.

Y aquí es donde empieza la verdadera preocupación: ¿qué va a pasar con las fábricas que llegaron a México atraídas por el T-MEC? Si fabricar en México deja de ser rentable, muchas cerrarán o se mudarán, dejando tras de sí miles de empleos en el aire. Esos productos —que iban a las tiendas estadounidenses y eran el orgullo de la manufactura mexicana— ya no tendrán mercado al norte. Lo grave es que tampoco hay un plan B claro para colocarlos en otro lado, porque el mundo entero está ajustando sus cadenas de suministro y endureciendo sus reglas comerciales.

Lo que estamos viendo es el principio del fin de la globalización tal como la conocimos. Y ahora, con la realidad golpeándonos en la cara, es cuando entendemos por qué es tan importante la soberanía alimentaria, la soberanía energética, la soberanía financiera, la soberanía en el modelo económico y hasta la soberanía en el sistema de transporte. Todo lo que dejamos en manos del mercado global, hoy está en riesgo.

Ojalá esta vez lo entendamos, porque hay algo clave: tenemos una base poderosa, por primera vez existe un mercado interno real, sólido, con millones de consumidores. Pero esa base no genera el crecimiento suficiente para mover el PIB. ¿Qué nos falta? Empresarios que inviertan aquí, en su propio país, que apuesten por México. En cambio, lo que tenemos son empresarios buscando cómo protegerse, cómo sacar su dinero, cómo salir corriendo si es necesario.

Y ojo, esto no es solo cosa de México. Cada región tiene su historia y su población. Los que no podemos —o no queremos— salir corriendo. Somos los que nos quedamos a remar en medio de esta tormenta, con las fábricas cerrando, los empleos perdiéndose y las cadenas de producción colapsando. Lo que venga después, va a depender de qué tan rápido entendamos que el mundo cambió.

Al final, Europa, México y Canadá están en el mismo barco: atrapados entre guerras comerciales, rearme global y un Estados Unidos cada vez más encerrado en sí mismo. Y en esta historia, como siempre, los países emergentes son los primeros en pagar la factura.

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