Podríamos decir, sin pecar de exagerados que desde que el mundo es mundo, o más bien, desde que el ser humano irrumpe en la historia del mundo, existe una tensión entre la conservación y la transformación, los movimientos reaccionarios y los de vanguardia. En prácticamente todo quehacer humano se juegan esas dos posturas. Hay quienes sostienen que antes la vida era mejor y, por lo tanto, debemos retornar, a toda costa y cuanto antes, a dicho momento pasado y mantenernos ahí el mayor tiempo posible, a fin de poder garantizar la paz, seguridad, desarrollo…so pena de sufrir consecuencias terribles, mientras otros buscan crear el mundo a cada instante, cual lógica del surf, que no busca retroceder ante cada ola, sino que la encara siempre con nuevos brillos. Ya que reconoce que “la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo” (Jorge Forbes).
En prácticamente todo contexto humano, desde el individual, familiar y educativo, al corporativo, político, social, etc., las posturas de la conservación y el cambio conviven y se enfrentan. “Aquí siempre lo hemos hecho así”, “No vengas querer cambiarlo todo”, “no busquen reinventar la rueda”, y muchas otras cosas más… Quién no ha escuchado esas expresiones en el lugar de trabajo. Que, por otro lado, se confrontan con los deseos de algo diferente y mejor, las cuales hablan de un deseo inherente al humano por expandir los horizontes de vida, por el cambio y la transformación.
Si nos detenemos a pensar por un momento, los humanos en tanto entidades bio-psico-sociales, nunca permanecemos del todo estáticos, nuestras vidas están marcadas por la búsqueda, el aprendizaje, la exploración y, por lo tanto, por la transformación. Incluso cuando no se desea aprender ni hacer nada, el cuerpo y la mente tienden al cambio y al movimiento, precisamente porque algo en nuestra naturaleza vacía y sin esencia ni determinismos biológicos que nos marquen qué pensar y hacer, que da lugar a la creatividad y al movimiento, a la flexibilidad y a la responsabilidad.
Ante la posibilidad del cambio nos podemos encontrar con respuestas comunes, que se pueden ubicar bajo la expresión de “resistencias al cambio”, como, por ejemplo: la queja, el ataque y la desesperanza. La primera, la queja se refiere a expresar a priori un rechazo directo al cambio, argumentando que se está muy bien en el estado actual, que el cambio va a traer un gasto innecesario de recursos físicos, mentales y económicos, que bien se podrían ahorrar, obedece al “no le muevas, mejor déjalo así”, la segunda, el ataque, puede alternar una supuesta aceptación de lo nuevo, considerarla como algo viable, pero viene acompañada de un doble mensaje de descredito a quienes intentan producir vientos nuevos, digamos que son “dictadores de closet” que por otro lado se manifiestan muy democráticos e innovadores, y, por último, una cierta desesperanza que sustenta una posición nihilista y cínica que se manifiesta como derrotada antes siquiera de iniciar el cambio, argumentando que ningún cambio terminará por resolver las problemáticas que aquejan, por lo tanto, es mejor no hacer absolutamente nada y dedicarse a ver la vida pasar.
El cambio puede encontrar eco en una postura ética basada en la creatividad y responsabilidad, la cual reconoce en la posibilidad del cambio —tanto en la realidad como en sí mismo—no una amenaza sino una oportunidad maravillosa para realizar un deseo pendiente de ser materializado, asumiendo tanto la posibilidad del éxito como del error y el fracaso, sino que esto logre opacar el animo durante todo el proceso.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez