Lo siento, no hay forma más clara de empezar esta columna. Porque aunque parezca que este grito se quedó atorado en el estribillo no dicho de “Te felicito” o en el beat de “BZRP Music Sessions #53”, la verdad es que se convirtió en el mantra no oficial de la nueva gira de Shakira: “Las mujeres ya no lloran”.
Una gira que, de entrada, se anunciaba como una celebración del empoderamiento, un canto a la resiliencia, un homenaje a la mujer que se reconstruye con los pedazos que deja un adiós. Pero apenas arranca el show, y lo que vemos en escena no es una mujer empoderada, sino una ex con sed de venganza (y de seguidores). Porque sí, Shakira canta, brilla y se entrega… pero cada verso termina siendo un recordatorio de que el padre de sus hijos la cagó, la dejó, y ahora le toca pagar en trending topics.
¿Está en su derecho? Por supuesto. ¿Es catártico? Sin duda. Pero hay una línea muy delgada entre sanar en público y convertir el resentimiento en una gira millonaria. Y esa línea se la pasa por el arco del triunfo cada que sale tarde al escenario, como diva de los noventa, y cada que una fan sube un video gritando “¡Piqué, perro!” desde la primera fila, mientras sus hijos —porque también son de Piqué— están en casa viendo cómo el mundo le escupe a su papá con la bendición indirecta de su madre.
Y ojo, no se trata de defender a Piqué (de hecho, reitero: chingue a su madre). Pero lo que preocupa es que el discurso del empoderamiento termine siendo utilizado como disfraz de un ajuste de cuentas público. Porque Shakira no ha parado: su última canción sigue lanzando dardos; su comunicado llega tarde; y en lugar de pedirle a sus fans que bajen tantito la agresividad, parece que le echa más leña al fuego.
Esto todavía funciona en Latinoamérica, donde la empatía por la mujer rota —con justa razón— sigue siendo poderosa. Pero en Estados Unidos, donde el momento político-social va por otro lado (redadas contra latinos, discursos de mérito sobre cuotas, filtros más duros con la identidad pública), este tipo de narrativa empieza a chocar. Y Shakira, a pesar de ser Shakira, no es para todos. Por eso, lo que logró en México (¡más de 11 fechas, 7 de ellas en CDMX, más las que vienen para agosto y septiembre!) difícilmente lo va a repetir allí.
El mensaje que Shakira manda a sus hijos no está solo en la canción que les dedica (“Acróstico”), sino también en lo que permite que pase en sus conciertos. Porque una cosa es usar la música como diario emocional, y otra muy distinta es envolver a tus hijos en el mismo papel en que envuelves tus mandamientos vengativos.
Esos niños son parte de la historia. Los menciona, los sube a sus videos, les canta. Pero cuando alguien quiere tomarles una foto en público, ahí sí: “por favor, respeten su privacidad”. Entonces, ¿son parte del espectáculo o no?
La línea entre lo íntimo y lo mediático ya se rompió. Y sí, Shakira ya no llora. Pero si sigue facturando con cada lágrima que le endosa a su ex, lo que al principio parecía empoderamiento se va desdibujando en negocio. Uno muy lucrativo, sí. Pero también uno que, si no se administra bien, puede volverse en su contra.
Y mientras tanto, Piqué… chingue a su madre, pero en silencio. Porque ya no hace falta que diga nada: ya se gritó el estadio GNP.