Por DZ. Segunda parte
¿Qué significa existir bajo la certeza de ser observados? Hace una semana hablábamos de la alienación contemporánea, esa desconexión que nos hace extraños en un mundo hiperconectado. Hoy, el “Síndrome de Truman” —un eco de *The Truman Show* (1998)— nos susurra otra capa: vivimos como actores en un escenario que no dominamos, cada gesto medido para ojos que no vemos.
Pero, a diferencia de Truman, quien huye de su mentira televisada, nosotros elegimos este telón. ¿O no? Lo sostenemos con cada historia compartida, cada imagen que subimos.
*Los Reyes de la Casa* (2021) de Delphine de Vigan nos lleva de la mano por la vida de Clara y su hermano, cuya infancia fue atrapada por la cámara de su madre y exhibida en redes. ¿Qué queda cuando lo privado se convierte en espectáculo?
Ellos no eligieron ser “los reyes”; otros los moldearon en productos, sus días diseccionados para una audiencia voraz. La autora nos obliga a mirar cómo esa lente deforma nuestra autenticidad, convirtiendo la vida en una actuación. ¿Dónde acaba lo real y empieza la farsa?
La novela pregunta: ¿hasta dónde nos distorsiona esa mirada? Esos niños crecen sintiéndose reflejos, no personas. Nosotros, hoy, llenamos nuestras vidas de filtros y sonrisas forzadas, creando mundos ficticios que alimentan envidias.
Publicamos no para estar, sino para ser vistos. ¿Cuándo dejamos de vivir para nosotros y empezamos a hacerlo para otros? Nuestra validez parece colgar de un like, un pulgar arriba. ¿Es libertad o una jaula que decoramos con hashtags?
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De Vigan dibuja un espacio donde lo íntimo se disuelve: risas, lágrimas, vulnerabilidades, todo es mercancía. Como decía Byung-Chul Han en la primera parte, nos esclavizamos a nosotros mismos, y yo añadiría: a nuestra imagen.
¿Por qué buscamos ser catalogados, aplaudidos? Las redes nos ofrecen un trueque perverso: a cambio de autenticidad, nos dan símbolos de aprobación. ¿Qué dice de nosotros que un “me gusta” pese más que la verdad? El corazón, ávido de likes, late con cada notificación, pero ¿nos llena o nos vacía?
Nuestro cerebro, enganchado a la dopamina digital, nos ata a este ciclo. Cada chispazo segrega dopamina en un click. ¿Podemos volver a ser sin tanta exposición? Y las empresas —productoras, plataformas como Instagram, TikTok, etc.— lucran con esta fragilidad, ¿Será que son cómplices de un daño casi imperceptible? La pérdida de privacidad deja marcas invisibles. Quién es más culpable: ¿ellas o nosotros, que consumimos?
*Los Reyes de la Casa* nos pone frente a un espejo que incomoda. Nos entregamos al espectáculo, persiguiendo trofeos efímeros mientras nuestro cerebro pide un respiro. ¿Qué somos si ser vistos, define ser? De Vigan no responde; nos deja con el reflejo, preguntándonos si aún podemos apagar la cámara.
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