Querétaro

El mercado electoral

El proceso de votación, se asemeja a la compraventa de cualquier producto, el votante es el comprado y el político el producto

Cuando usted y yo acudimos a las urnas con ocasión de un proceso electoral, no estamos haciendo otra cosa que “comprar” un bien intercambiándolo por otro: buscamos obtener ciertas políticas públicas (ya sea su creación desde el legislativo, o su puesta en marcha desde el ejecutivo) a cambio de nuestros votos. Así es, en forma simplificada, como sucede el intercambio de valor durante un proceso electoral, entre ofertantes (partidos y personajes políticos) y demandantes (ciudadanos).

Así vistas, las elecciones democráticas son el mercado; las campañas y precampañas son los esfuerzos por dar a conocer los diferentes productos; los membretes de los partidos políticos, y sus colores, son las marcas; los candidatos y sus propuestas, son el producto; y el voto efectivo, libre y secreto, es el medio de intercambio, esto es: “el dinero”.

Entender de esta forma los procesos electorales es muy útil para explicarnos su desarrollo y desenlaces: el acto de votar es una compra y, al igual que la mayoría de las compras que realizamos, no es un acto muy racional; el ejercicio del voto en México es más un acto impulsivo que una decisión bien meditada. Por eso conocemos sondeos electorales que desafían a la lógica (y por ello los descalificamos) y después chocamos de frente con resultados que parecen absurdos, pero cuya legitimidad democrática es incontestable. El reciente proceso electoral en Edomex es un buen ejemplo de esto.

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El problema radica en que la inmensa mayoría de los mexicanos no conoce el valor de su voto; como todos los individuos con al menos 18 años de edad tienen derecho a votar, al mexicano promedio le parece que ese medio de intercambio, esa marca hecha en la boleta, no vale mucho: al final del día, el voto propio vale exactamente lo mismo que el del vecino, sin importar el grado de escolaridad que tenga cada uno, ni su inteligencia o experiencia, así que al no haber diferencia entre ellos, y haber tantos votos disponibles como ciudadanos registrados, muchos mexicanos tienen la noción de que su voto vale poco. Y entendiéndolo así, lo usan. Y así les va.

Esa es la razón de que tantos mexicanos decidan el sentido de su voto (su “compra”) a partir de incentivos muy menores como una despensa, o muy abstractos como una promesa ambigua desde el templete, o francamente no les represente valor alguno y lo dejen guardado en un cajón el día de la elección, como si se tratara de una moneda fuera de uso. Eso debe cambiar.

Los ciudadanos y los candidatos interesados en modificar el curso político y social de este país, deben asumir este planteamiento si quieren influir en la decisión de compra del 50% que suele votar, y motivar al otro 50% para que ahora sí vaya a las urnas, e intercambie su voto por una opción real y viable que abandere ese cambio en las políticas públicas de México.

Quien estamos interesados en que más gente salga a votar, tenemos que dar a esos compradores potenciales una EMOCIÓN para hacerlo, no una razón; si en general nuestras compras no son muy racionales, las que involucran un bajo valor lo son aún menos, así que estamos ante un doble reto: revalorar el voto, y emocionar al votante. Y el reloj está corriendo.


CAMPANILLEO

Otra similitud entre las elecciones y los mercados, está en la primera cualidad que deben tener los candidatos o productos: poder diferenciarse con claridad. Lo que no luce diferente en la boleta o el escaparate, no es elegido. Aunque sea “el bueno”.

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