Opinión

Diógenes de Sinope

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Diógenes. (John William Waterhouse)

Muchas frases que se convierten en profundas reflexiones, han salido de la boca de grandes filósofos de la Antigua Academia, Grecia. Muchos nombres se nos pueden venir a la cabeza y por qué no, recordarlos en las viejas clases de Filosofía: Aristóteles, Platón, Heráclito, Tales de Mileto, Sófocles, Anaxágoras, entre otros; dejaron una escuela difícil de olvidar, al tal grado que los filósofos y humanistas contemporáneos, recurren a sus aportaciones sobre la vida, la muerte, el arte, el universo y el hombre.

Entre todos ellos, resalta también, el único que fue capaz de desairar a Alejandro Magno. Diógenes de Sinope, también conocido como Diógenes El Cínico o Diógenes El Perro.

Quienes comenzaron a apodar a Diógenes como «el perro» tenían la clara intención de insultarle con un epíteto tradicionalmente despectivo. Pero el paradójico Diógenes halló muy apropiado el calificativo y se enorgulleció de él. Había hecho de la desvergüenza uno de sus distintivos y el emblema del perro le debió de parecer adecuado para defender su conducta.

Nacido junto al Mar Negro y exiliado en Atenas, sus reflexiones basadas en un sentido del humor irónico y humorístico, le dieron a este gran filósofo, un lugar especial entre la población de la Antigua Grecia. Si bien su aportación fue exquisita y desbordante, se tienen pocos escritos de este, pero sus seguidores y alumnos, tuvieron a bien, compartir todo lo que el griego trabajó.

El arte de la discusión y la oratoria, fueron sus principales armas ante los discursos políticos y sociales de la época. Su convicción por las ideas sobre la riqueza, el poder y la ciudadanía, le valió el llevar una vida frugal y austera.

Relacionado a ello, se narra la siguiente anécdota: Sabiendo Alejandro Magno, la sabiduría que portaba el pensador griego, le busca entre los filósofos sin éxito alguno. Deambulando por las calles, es que da con él y ofreciéndole riquezas y comodidades para que lo instruyera y compartiera su sabiduría y reflexiones, Diógenes se negó.

-”Te ofrezco oro y riquezas y las desprecias, qué entonces lo que deseas”

-”Que te muevas, porque me estás tapando la luz del sol”

Alejandro, sorprendido, le preguntó: “¿No me temes?”, a lo que Diógenes le contestó con gran aplomo con otra pregunta: “Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?” Alejandro le respondió: “Me considero un buen hombre”, por lo que Diógenes le dijo: “Entonces... ¿por qué habría de temerte?”. Toda la gente se escandalizó. Alejandro pidió silencio y dijo: “Silencio... ¿Sabéis qué os digo a todos? Que, si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes”

Otra más, es cuando con linterna en mano, a plena luz del día, caminó entre los hombres de leyes, acercándoles la lámpara al rostro y exclamando: ¡Estoy buscando a un hombre honesto y justo!

Para Diógenes, la virtud es el soberano bien. Poco se sabe sobre su muerte, los mitos le rodean, pero su discípulo Diógenes de Laercio fue quien dejó constancia de los conocimientos y teorías del maestro.

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