Querétaro

Un mundo radicalizado

El campanazo de Don Vix

En buena parte del mundo, incluido nuestro vecino y principal socio comercial, la discusión pública vive una peligrosa radicalización que cae frecuentemente en el absurdo, alumbrando posturas irreconciliables y provocando dinámicas nocivas que trascienden las meras palabras. México forma parte de ese fenómeno y, aunque en las pasadas elecciones no lo vimos en un rol protagónico, será explotado cada vez más por el régimen y, como inevitable respuesta, también por quienes formen oposición. Conviene, pues, entenderlo pronto y bien.

El origen de esa radicalización en nuestras discusiones está en la disrupción tecnológica provocada por el internet móvil, que permite un mayor intercambio de ideas entre grandes grupos de personas. Igual que la imprenta, y la radio y la televisión después, el internet móvil aumentó la cantidad de mensajes que intercambiamos los individuos, así como la diversidad de los temas abordados; ambas cualidades combinadas (cantidad y diversidad) vuelven más complicada la discusión pública, dificultando las coincidencias y los acuerdos.

Ahora, como sucedió en el siglo XV con las ideas impresas y en el siglo XX con las ideas sonoras y visuales, las ideas multimedia y el súbito aumento en su intercambio nos han puesto en medio de una discusión muy compleja, con abordajes súper específicos y visiones pulverizadas: el gran público ya no sólo es audiencia sino también generador de contenido y, con ello, formador de opinión.

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Si antes debíamos enviar una carta al periódico para hacer una réplica, y llamar por teléfono a la cabina radiofónica para solicitar una canción, hoy podemos escribir nuestro propio editorial o armar una playlist y publicarlos en ecosistemas digitales con millones de usuarios, alternando los roles de emisor y receptor en cuestión de segundos. Eso implica un aumento geométrico en la cantidad de opiniones, y en la distinción que guardan con las de los demás usuarios.

Así pues, ya no es fácil coincidir en muchas cosas con la misma persona, o en una sola cosa con muchas personas. Y eso nos genera displacer; estrés; irritabilidad. Y para contrarrestar estas sensaciones buscamos coincidencias amplias, y esas ahora sólo pueden encontrarse en temas muy básicos, “radicales” en el sentido más estricto de la expresión, y con abordajes sobresimplificados. Lo radical es lo relativo a la raíz, a lo fundamental, y ahí estamos buscando hoy las coincidencias que nos den sentido de pertenencia.

Por eso cada día vemos emerger discursos que aluden a la religión, a los nacionalismos y regionalismos, y a la naturaleza biológica; por eso vemos que esos temas son abordados en términos absolutos: todos, nadie, nunca, siempre. Si las coincidencias entre grandes grupos de individuos ya sólo son posibles a través de la radicalización, los personajes políticos que busquen convocar a las masas la van a adoptar sin mayor reserva, aunque con eso pongan en riesgo la paz social, porque renunciar a ella los marginaría del escenario.

Conviene a los ciudadanos, pues, revisar cómo jugamos los roles de emisor y receptor en la era del internet móvil, y cuáles son sus efectos: a quién le sirven, a quién dañan; qué convocan, qué perturban; cuáles puertas abren y cuáles cierran. Seamos sensatos con los discursos radicales: más vale una idea útil que sólo compartan algunos, que una idea nociva suscrita por miles.


CAMPANILLEO

Fundamental es a fundamentalismo, como común es a comunismo. Evitemos esa distorsión.

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