Como cada cien años y con escalofriante puntualidad, México ha renunciado una vez más a ser moderno. Así como a inicios del siglo XIX una guerra de independencia evitó la modernización que representaba la ola reformadora en Europa, y como a inicios del siglo XX una guerra civil terminó con el impulso modernizador del porfiriato, así en este siglo una torpe guerra “contra el narco” ha servido para narrar un inexistente estado fallido, y echar por tierra los frutos económicos, sociales e institucionales obtenidos con la globalización.
No es casual que detrás de López se hayan agrupado poderosos intereses de cara a la elección de 2018, mismos que le habían negado el apoyo en 2006 y 2012: las 11 reformas estructurales que conformaron el Pacto por México (Energía, Telecomunicaciones, Educación, Ley de Amparo, Laboral, Electoral, entre otras) aprobadas en el primer tercio del gobierno de Peña Nieto, colocaban a México en el modelo de competencia y rendición de cuentas más ambicioso de su historia.
No es casual, tampoco, que la primera víctima del gobierno pejista haya sido el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, proyectado para atender un flujo de 137 millones de pasajeros al año a partir de 2024. Su absurda cancelación impidió a México contar con una envidiable conexión con el resto del mundo, y tener un rol protagónico en el concierto internacional de este siglo.
Quien dude para qué hicieron ganar a López los grupos de interés afectados por la globalización y su expresión formal, el Pacto por México, revise qué ha destruido, revertido o capturado este esperpéntico gobierno federal, además del NAICM: el Instituto Nacional Electoral; la reforma educativa; la inversión extranjera en generación de energía; las instituciones autónomas a cargo de fomentar la competencia económica y de proteger a los usuarios; el Poder Judicial, para que no haya canales legales por los cuales manifestar inconformidad y controversia con el régimen y sus socios.
Y quien suponga que este ha sido el peor sexenio en la historia de México, prepárese: la destrucción apenas ha comenzado, y sus efectos han sido amortiguados, paradójicamente, por esas instituciones y salvaguardas construidas durante 35 años y hasta 2018. El deterioro provocado por la presente demolición continuará, me temo, y se acrecentará por décadas antes de que suficientes individuos entiendan la situación, y logren imaginar una forma de oponérsele.
Que nadie tenga la vana esperanza de que el siguiente gobierno federal se modere, o se sacie, o sea condicionado por factores extranjeros: no va a suceder. Tanto el gobierno presente como el que iniciará en una semana, buscan precisamente el deterioro absoluto de México en cada nivel y área posible: no quieren oportunidades, ni vínculos, ni retos; no quieren rendir cuentas a cambio de asociaciones provechosas; no quieren apoyos a cambio de compromisos; lo que quieren es impunidad disfrazada de “soberanía”, y ausencia gubernamental travestida de “austeridad”.
¿Cuánto tiempo pasará antes de que México retome el rumbo? Bueno, revisemos la historia: el porfiriato comenzó en 1876, 52 años después de proclamarse la Constitución que dio origen a México como república. Las reformas al sistema político postrevolucionario comenzaron en 1977, 53 años después de comenzar la presidencia de Plutarco Elías Calles. Así pues, quizá México retomará el rumbo dentro de medio siglo. Quizá.
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CAMPANILLEO
México, tan impuntual, cumple ese ciclo sin falla. Es curioso.