El experimento modernizador de México, iniciado a mediados de la década de los años 80 del siglo pasado, y que arrojó el período de mayor estabilidad política y desarrollo social de nuestra historia, terminó en forma contundente a manos de sus propios beneficiarios, en 2018; lo que vemos hoy es sólo la continuidad de la decisión tomada entonces, sin que la votación de 2024 y su resultado aporten el menor matiz.
Con frecuencia me preguntan dónde estuvo el error, o qué se pudo hacer mejor respecto a la elección de este año, para evitar el resultado conocido e iniciar el proceso para revertir la destrucción orquestada por el populismo guinda. Más allá de los factores obvios, como el perfil de la candidata presidencial, su discurso errático, o el proceso desmadejado y trunco para ungirla, me parece que la suerte estuvo echada desde antes de 2018 y, por muy creativos que hubiéramos sido el pasado junio, no habríamos cambiado el resultado y menos aún revertido el proceso.
Temo, analizando la discusión pública más que los números de la elección, que una muy amplia mayoría de los votantes mexicanos se ha cansado de la democracia como noción práctica, o del esfuerzo que representa, o de los resultados que ofrece, o de todo eso junto.
Temo, en un nivel más profundo, que el agotamiento no esté en los votantes sino en la democracia misma como forma de organización. La disrupción tecnológica del internet móvil, me parece, resultó demasiado violenta y provocó una grieta muy ancha entre lo que la sociedad exige y lo que los gobiernos, cualesquiera que sean, pueden cumplir en el tiempo que le otorgan los votos.
Con la conversión de la gran masa social, hasta entonces receptora de temas, en un ejército de emisores/receptores gracias al internet móvil, la discusión pública lleva casi 20 años fragmentándose por temas y radicalizándose en el tono, al punto de que no hay gobierno capaz de satisfacer las expectativas de una mayoría que le otorgue estabilidad y viabilidad... a menos que sea en temas muy primarios, con una buena dosis de mentiras en el proceso.
Quizá por eso vemos el ascenso y la permanencia de dirigencias políticas esperpénticas, cuyo único e innegable talento ha sido identificar un tema primario en el cual poder incidir, al costo que sea, para generar en suficientes gobernados la noción de un cumplimiento, y así mantenerse legítimas y viables.
Quizá eso es posible, también, debido a que la sociedad vive en la peligrosa ilusión de que se puede estar “bien” sin tener un gobierno capaz, o incluso sin tener gobierno alguno. La abulia cívica de las mayorías ante miles de muertes violentas, y ante la desaparición de instituciones, y ante el criminal robo de recursos públicos, me hace sospecharlo.
Así, en un enorme y trágico juego de matrioshkas, un miedo esconde a otro y se van revelando conforme el análisis avanza: tal vez, entonces, lo que vemos ahora no es un agotamiento del rol de votante, ni de la democracia como método para alcanzar acuerdos en grupos sociales amplios, sino los efectos de la demencial creencia, en una clara mayoría de ciudadanos, de que los gobiernos no importan y además le son ajenos, sólo porque no los distingue en las calles, absorto en la pantalla de su teléfono “inteligente” y los mil temas estridentes que contiene. Ojalá me equivoque.
CAMPANILLEO
Las civilizaciones exigen especialización, y esta requiere grupos amplios de individuos dispuestos a coexistir y colaborar; por las buenas o por las malas.